En principio, contar la trama de una película no tiene nada de malo. El problema, siempre, es pasarse de la raya: entregar más detalles de los que se necesitan para enganchar con la historia. Pero ¿dónde trazar esa línea?
En estos días de "Star Wars", el "embargo" parece más delicado que nunca. Con motivo de su estreno hace una semana, las redes sociales se llenaron de amenazas, algunas veladas y otras no tanto, contra quien se atreviera a revelar incluso la más ligera emoción experimentada por nuestros héroes interestelares. Pobre del que se le fuera a salir un "spoiler". Sería troleado, insultado y perdería a sus seguidores; sufriría poco menos que el exilio digital, y todo por una película que, en la forma y el fondo, es tanto un homenaje como un obediente remake de "La guerra de las galaxias" original. Al final no se produjo la tan temida filtración, por lo menos a un nivel masivo. Y la razón es simple: el espectador común y silvestre tiende a respetar la experiencia de sus iguales, a disfrutar en conjunto y apreciar no solo el desenlace de un relato sino también el camino que lleva hacia este.
Si esto es evidente en "Star Wars", lo es aún más en "Nasty Baby" -la nueva película de Sebastián Silva-, cuya existencia misma parece estar justificada para exponer, ridiculizar y devaluar esta nueva cultura del secreto. De hecho, lo que se "puede contar" de "Guagua cochina" (título con que se exhibe en Chile) bastaría para un filme completo: Freddy y Mo son una pareja gay que vive en un antiguo departamento en Brooklyn, hacen activa vida de barrio y cada tanto tienen feos altercados con Bishop, un vecino con serios problemas mentales. Ambos están ayudando a su amiga Polly (Kristen Wiig) a quedar embarazada; sin embargo, la fertilidad de Freddie (el artista del dúo, interpretado por el propio Silva) es muy baja y Mo (Tunde Adebimpe, cantante de la banda TV on the Radio) tiene dudas sobre si aportar o no con su semen. Ello se refuerza tras una visita del trío a la familia afroamericana de Mo, la que -salvo por su madre- aún observa con distancia su sexualidad, sus amistades y estilo de vida.
En el papel, nada es muy distinto de la comedia independiente promedio: la clase de material que suele estrenarse en festivales como Tribeca o Sundance (no es casual que, a principios de año, "Nasty Baby" haya tenido su première precisamente allí) y que luego es consumido por el público "indie" en diversos servicios de streaming y on demand . ¿Dónde radica la diferencia, entonces? En un inmenso quiebre dramático que ocurre pasadas tres cuartas partes de la historia, y que debería ser suficiente no solo para alterar el género de la cinta, sino nuestra propia percepción de los personajes y sus circunstancias. Lo curioso es que, pese a la brutalidad del giro en 180 grados, nada de lo que ya hemos visto parece cambiar demasiado: lo que nos gustó y lo que no de este cuento, lo que nos hizo empatizar y lo que nos dejó fríos. Como si los realizadores estuvieran apostando que, a estas alturas del partido, esas sensaciones ya se han instalado en la audiencia y un cambio de timón, por brusco y desquiciado que sea, no debería extinguirlas. Silva ya había sugerido algo similar con los finales abiertos de "La nana", "Gatos viejos" y "Crystal Fairy", pero nunca con la audacia de esta ocasión, con la seguridad de saltar un precipicio argumental sabiendo que la notable y ambigua red de miradas, conductas y estados de ánimo que en esta ocasión creó para sus personajes detendrá la caída y lo elevará otra vez.
GUAGUA COCHINA
Dirección de Sebastián Silva.
Con Kristen Wiig, Tunde Adebimpe y Sebastián Silva.
Chile-Estados Unidos, 2015, 110 minutos.