Los relatos breves que hasta la fecha ha publicado José Leandro Urbina (Santiago, 1949) poseen una identidad literaria inconfundible, configurada tanto a partir de la forma exterior que adquieren los textos como desde la intensidad dramática y el poder de asociación afectiva que, debido a lo primero, adquieren los conflictos que en ellos se representan. "Padre Nuestro que estás en los cielos", de su libro Las malas juntas (cuyo volumen, como se sabe, ha aumentado considerablemente entre 1978, fecha de su primera edición en Canadá, y 2010, fecha de su edición definitiva por Lom) es un excelente ejemplo de lo que afirmo. Derrumbe , su último libro, mantiene, sin duda, dicho perfil. Recoge cincuenta y un cuentos de diferente extensión: solo dos o tres cubren varias páginas, la mayoría se desarrollan en unos pocos párrafos y al menos cinco de ellos pueden catalogarse bajo la forma de "microcuentos", versión narrativa, en muchos casos, del carácter fustigante del epigrama lírico.
Sin importar sus dimensiones, todos los cuentos de Derrumbe insisten en las imágenes deterioradas de nuestros modos de ser que José Leandro Urbina viene construyendo desde sus primeros relatos. El título es de por sí bastante significativo. Apunta no solo a lo que desaparece o está al borde de la extinción física o moral, sino también a lo que desmiente, a lo que súbitamente surge a través de fracturas casi inadvertidas y pone en jaque las convenciones, los afectos tradicionales, las rutinas de los comportamientos sociales o individuales. La mirada de sus narradores no ha perdido, en este sentido, su aguda capacidad, no exenta de ironía, sarcasmo o, las más de las veces, oscuro humor, para destacar detalles nimios que anuncian la revelación de verdades contradictorias. Por lo mismo, la arquitectura de la sintaxis narrativa sigue siendo notable en estos cuentos. El narrador de "Rompe corazones", por ejemplo, describe un velorio tradicional de nuestras costumbres urbanas que preside la viuda sentada en medio de los parientes del finado, pero se fija en su vestido negro "un poco demasiado ajustado para la ocasión". Dicho detalle se resolverá en los párrafos que siguen: la viuda es la amante de otro asistente al velorio, el compadre de su difunto esposo.
La contradicción es el resorte narrativo que domina en la mayoría de los cuentos de Derrumbe . Su presencia explica la atmósfera de agotado escepticismo, de desconfianza en las antiguas verdades y, consecuentemente, de amarga ironía que campea por todos ellos. Las paradojas se manifiestan tanto en las grandes transformaciones urbanas que en virtud del progreso arrasan con las tradiciones de los antiguos barrios ("Al cantar") como en situaciones cotidianas insignificantes e inadvertidas para los grandes discursos de la historia. Situaciones donde simplemente se vive según las paradójicas contradicciones de la vida cuando no de su inevitable deterioro, o donde los valores de la abnegación, el amor y la solidaridad no existen, no tienen respuesta o han cedido su lugar al desamor, la soledad, el egoísmo, la perfidia, el delito o la desesperación. Creo, en este sentido, que uno de los méritos narrativos del volumen es evitar las idealizaciones y las dicotomías fáciles. Si bien el cuento "Al cantar" define con meridiana claridad el dramático antes y después que vive nuestra sociedad, los textos no producen la angelización del pasado, y aunque la empatía de los narradores se tiende hacia las víctimas del cambio -los más desprovistos, los insignificantes y los marginales, identificados con los miembros de la clase media o los integrantes de la familia tradicional-, sus debilidades y precariedades también son escudriñadas sin remilgos ni concesiones.
Creo que quienes hayan leído los libros anteriores de José Leandro Urbina no se sentirán decepcionados con este volumen. Aunque posiblemente concuerden conmigo en que las narraciones finales de Derrumbe exhiben un nivel más débil de composición, la honestidad narrativa del autor salva a la totalidad.