En su saludo navideño, un amigo me desea un próspero Año Nuevo "en la medida de lo posible". Esta vez, los abrazos y parabienes serán tan afectuosos como siempre, pero no podrán disimular que las expectativas para 2016 son en verdad desalentadoras.
El que concluye fue el año de la decepción. Decepcionaron el liderazgo de la Presidenta y el comportamiento de sus más cercanos, la calidad del Gobierno y sus políticas, la reacción de los dirigentes políticos sorprendidos en malos manejos, la constatación de que las virtudes de la libre competencia suelen ser más celebradas en los discursos que respetadas en los hechos, la persistencia de la desaceleración y la inflación, pese a los pronósticos alentadores de las autoridades.
Según el último sondeo del Centro de Estudios Públicos, un 81% de los encuestados opina que el país está estancado o en decadencia, el registro más negativo en 15 años. Tiene razón la opinión pública de sentirse defraudada: el Gobierno prometió educación gratuita y de calidad, entre otros "derechos sociales garantizados", gracias a una reforma tributaria que, descerrajando el aborrecido FUT, haría tan solo a los "poderosos de siempre" aportar los recursos necesarios. La oposición concedió al Gobierno el beneficio de la duda, apoyó una versión de la reforma tributaria considerablemente menos dañina que la original y confió en que con los recursos recaudados las autoridades podrían efectivamente diseñar políticas para mejorar la educación y la productividad. Pero las reformas educacionales promovidas por el Gobierno -inspiradas en un contraproducente afán igualitarista- en nada contribuyen a su calidad, en tanto muchas de sus otras iniciativas, como una reforma laboral que permite huelgas abusivas, desalientan el emprendimiento y la inversión. El resultado es que el crecimiento económico ha decaído al 2% anual; que se prevé para el 2016 un ritmo similar, con un mayor deterioro en la situación ocupacional y salarial; que las alzas de impuestos, lejos de recaer solo en los más ricos, están perjudicado a todos, y que la recaudación obtenida por el fisco apenas le sirve para suplir el faltante presupuestario ocasionado por la desaceleración.
Pero no hay que dejarse llevar por el pesimismo. El rotundo fracaso del programa de gobierno no puede sino abrir paso a las rectificaciones. La retroexcavadora carece ya de combustible. Chile mantiene intacta mucha de su capacidad de crecer, y mucho del estropicio causado es reversible. La opinión pública, según las encuestas, está disconforme, y lo hará sentir en la temporada electoral que se inicia pronto. La cancha de la competencia política parece estar como nunca abierta y pareja. Al menos en las fiestas de fin de año, sugiero mirar el lado lleno de la copa de champaña.