Este año finaliza constatando el fracaso de la izquierda en la mayor parte de Latinoamérica. No había ocurrido en décadas. Un notable giro al centro que nos da esperanzas y lecciones.
La incompetencia, el ideologismo y, en algunos casos, el autoritarismo han llevado al desplome del izquierdismo. No hubo siquiera el encanto de las utopías: predominaron la soberbia y las ambiciones de poder de partidos y líderes.
Dilma Rousseff y el Partido de los Trabajadores hundieron a la economía brasileña. La Presidenta de Brasil enfrenta un proceso de destitución que no debería prosperar. No hay interesados en reemplazarla por lo que resta de su período.
Peor suerte sufrió el kirchnerismo. Lo enterró la insufrible Cristina Fernández. Al igual que Rousseff, en su segunda administración, termina más sectaria y desafiante que en la primera. Ambas, supuestamente apoyadas y defensoras de los trabajadores, concluyeron empobreciéndolos y frustrando sus legítimas aspiraciones de bienestar.
Destino parecido experimentan los rupturistas Nicolás Maduro de Venezuela y Rafael Correa de Ecuador. Los dos autócratas pretendieron refundar sus países con nuevas constituciones, al igual que Evo Morales, su aliado boliviano, otro reelecto, también víctima parcial de los hidrocarburos y de su egocentrismo. El ecuatoriano fue forzado a renunciar a su pretensión vitalicia y el venezolano, ampliamente derrotado en las recientes elecciones..
La mayoría, supuestamente progresistas e inclusivos, incapaces de generar confianza a los agentes económicos para sortear las crisis que los golpearon, han despreciado la estabilidad y el funcionamiento de las instituciones, la disciplina fiscal, el esfuerzo y los derechos individuales y han preferido recurrir al estatismo y a los enfrentamientos en la sociedad civil y entre el capital y el trabajo.
Los lamentables desenlaces de la izquierda son tristes por los daños provocados a los pueblos y también son esperanzadores de una mejor convivencia y auténticas oportunidades de progreso en Latinoamérica. Ayudará a la armonía regional el ocaso del régimen comunista de los hermanos Castro, que tanto daño y desencuentros ha causado dentro y fuera de su país.
Los chilenos debemos mirar con confianza el giro a la moderación de América Latina. Nuestras autoridades, aunque les pese a algunas, no pueden ignorarlo y deben aprovecharlo, en vez de quedar descolocadas y marginadas del cambio regional. Quienes aspiran a corregir los desaciertos de la izquierda deben hacerlo con humildad, pragmatismo y, más allá de la eficiencia, con el encanto de proyectar justicia y un futuro atractivo para los ciudadanos.