Dos imágenes en el resumen deportivo anual llaman la atención por su potente antagonismo. La de Alexis Sánchez en un Nacional repleto celebrando eufórico la conquista de la Copa América, como el cabro chico que nunca dejará de ser... Y en contraposición, la de Sergio Jadue deambulando como un zombie por una avenida de Miami, como si nada pesara sobre su espalda y su conciencia.
No deja de ser paradojal que la actuación más relevante del año termine teñida de escándalo, roja de vergüenza. Pero al deporte chileno siempre le ha costado que los éxitos tengan un relato fluido, es parte de la impronta de nuestro subdesarrollo, de esas ganas desmedidas de querer ser grandes saltándonos las etapas de crecimiento.
El contraste feroz entre quienes ambicionan el honor de ganar y quienes quieren ganar para enriquecerse es una fiel representación de la sociedad en que se desenvuelve nuestro deporte. Por eso que es injusto analizarlo como un fenómeno aislado, marginal, propio de una actividad recreativa o de una competencia puntual.
Cómo no va a ser homologable la dura realidad de los deportistas que dedican su vida a una disciplina con nuestra élite de científicos e investigadores que clama por un trabajo digno, acorde a sus talentos, estudios y capacidad.
Cómo no vincular la codicia y el engaño de un directorio del fútbol profesional con el empresariado que se colude para beneficiarse a sí mismo y defraudar al consumidor que lo elige.
Cómo no comparar la desigualdad de oportunidades en la educación con la mayoría de nuestras figuras deportivas escolares que sigue proviniendo de colegios particulares privados.
Cómo no hermanar la violencia en los estadios con la agresividad de quienes transforman las protestas ciudadanas en un campo de batalla.
Cómo disociamos el quehacer anómalo de un sector de dirigentes federados con el proceder impune y corrupto de nuestra clase política por conservar sus cuotas de poder.
La desconfianza y la sospecha han inundado la labor directiva en todas las áreas. La administración del poder está hoy sometida a una permanente evaluación por un colectivo ciudadano cada vez más informado y vigoroso. Negarse a esa realidad, como antaño lo quisieron hacer el Comité Olímpico Internacional y el COCh en sus tiempos más oscuros, y seguir obrando como si se estuviera en un mundo paralelo y en un marco legal intocable, como lo hizo la FIFA y pretende hacerlo en sus estertores esta ANFP, no hará que el camino a la transparencia se termine de construir. Está en quienes aspiren a asumir los liderazgos y las responsabilidades decidir la velocidad del ineludible cambio.