Como remedio a la admiración por las princesas que manifiestan las niñas chicas, una editorial argentina ha querido cambiar este modelo por el de mujeres reales consideradas admirables. En su colección de cuentos infantiles se han incluido historias que tienen como heroínas a Frida Khalo, Violeta Parra y Juana Azurduy. Es curioso, pero en el rubro de los reemplazos simbólicos Juana Azurduy protagoniza un caso paralelo: en Buenos Aires se retiró la escultura de Cristóbal Colón para poner en su lugar una consagrada a la luchadora boliviana. El problema es que el monumento, inaugurado en el invierno de este año, tiene errores graves de construcción y se está desmoronando solo.
Como sea, no conozco una sola mujer a quien la fascinación por las princesas experimentada en la infancia le haya hecho demasiado daño, aunque estas princesas hayan venido en el empalagoso formato de Walt Disney. No se vislumbra dónde estaría el problema a corregir. Las autoras del proyecto quieren ofrecerle a las niñas una visión de la realidad menos fantasiosa y, me imagino, desvinculada de una organización del mundo estimada anacrónica. Me imagino también que consideran nocivo u odioso el deseo femenino de que aparezca el príncipe azul.
Es imposible que uno no le transfiera a los niños contenidos ideológicos, ya que estos se filtran en nuestros gestos, en nuestra forma de hablar, en el humor, en las opiniones que lanzamos descuidadamente viendo las noticias en la televisión. Pero hay algo que el amor por nuestros hijos rechaza automáticamente: el adoctrinamiento.
Leí que en el relato donde aparece Frida Khalo se dice que ella y Diego Rivera tuvieron otros amores aun estando juntos. Ya sabemos: la infidelidad está en el mundo real y no en el de las princesas literarias infantiles. ¿Es necesario apurar en las niñas el conocimiento de este fenómeno? No sé. Para los adultos la infidelidad es un asunto difícil de explicar y siempre deriva en corolarios dolorosos. Es una ordalía, una fregatina psicológica. Si uno mismo se angustia en estos trances, ¿por qué tendría que andar enseñándole a los niños que se trata de algo inocuo?
Marcela Paz cuenta que la versión primitiva de Papelucho, escrita en una agenda de 1934, consistía en un niño que era testigo de la separación de los padres. Había detectado que la madre recibía llamadas por teléfono que se cortaban misteriosamente y que a veces la pasaba a buscar un tal "tío Roberto". Luego la mamá le pedía al niño que mantuviera el secreto. Se trataba, en palabras de la autora, de una historia escrita en lenguaje para niños con un tema para adultos. Por cierto, esta historia fue expurgada años después cuando Papelucho se convirtió en libro. Podría haber dado origen a algo como Lo que Maisie sabía , de Henry James, pero Marcela Paz eligió otro camino.