El martes 24 de noviembre a las 10:00 de la mañana yo estaba en la Biblioteca Parque del barrio de Belén, en Medellín. Tenía curiosidad por saber qué era eso de una "biblioteca parque" y pronto lo descubrí. Primero hay que decir que Belén no es un barrio acomodado, buscando similitudes se lo podría comparar con Puente Alto. La Biblioteca Parque de Belén consta de lo siguiente: una piscina o plano de agua en el que los bebés y las familias pueden chapotear a gusto en esa ciudad calurosa, un teatro que no tiene nada que envidiarle al de la Municipalidad de Las Condes y una biblioteca abierta, vasta y bien surtida que muchas universidades chilenas querrían tener. Para mi sorpresa, ese día laboral y a esa hora de la mañana, la biblioteca estaba llena de madres leyéndoles libros a sus niños en el espacio dedicado a la literatura infantil, de jóvenes y adultos consultando libros y revistas en los otros espacios. Se trata, repito, de una biblioteca de barrio, de un barrio más bien de clase media (para usar ese eufemismo con el que en Chile se habla de las clases populares); pues bien, bibliotecas como esa existen hoy en Colombia prácticamente unas mil quinientas. Y no solo eso, el Ministerio de Cultura colombiano ha implementado una red de talleres literarios, a nivel nacional, reunidos en un programa llamado Relata.
Cuando uno visita las formidables librerías del centro de Bogotá -país en que los libros, por cierto, no pagan IVA y son, por lo tanto, mucho más baratos (y variados) que en el nuestro- lo primero que se encuentra es el presentador con los libros publicados por Relata: las mejores novelas, los mejores cuentos, los mejores poemarios surgidos de los rincones más recónditos de la nación colombiana están así a la disposición del público en todo el país. Mis anfitriones de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas, piloteada por la Biblioteca Nacional de Bogotá, me contaban que por primera vez, tras los recortes presupuestarios impuestos el año pasado por el gobierno, el presupuesto de Cultura es mayor que el de Defensa. De hecho, el lema del gobierno actual es: Paz, Cultura, Educación. Exceptuando Costa Rica, que hace muchísimos años decidió abolir lisa y llanamente su ejército y destinar esos recursos a la educación, ¿qué otro país de América Latina puede dar hoy ese ejemplo?
Visitando bibliotecas, librerías, incluidas las de libros usados, verdaderas cavernas de Alí Babá de la edición mundial, uno se da cuenta de una verdad esperanzadora y amarga al mismo tiempo: las élites colombianas han entendido algo que las nuestras están lejos siquiera de visualizar: no hay desarrollo sustentable sin cultura, no es posible mejorar la condición social, y por lo tanto la construcción identitaria de una comunidad nacional, sin un esfuerzo sostenido en cultura y educación, las dos caras de una misma moneda. Es más, Colombia ha entendido algo que los países desarrollados comprendieron hace mucho: la inversión en cultura no solo se revierte en una mejora sustancial de la ciudadanía y, por ende, en calidad de vida, sino que puede ser un negocio. Y un gran negocio. Si no, véanse los esfuerzos que hace Colombia en materia de ayudas a la producción cinematográfica, no solo para fomentar el cine nacional, sino para hacer de Colombia un país en el que es atractivo ir a rodar películas (esto supone desarrollo de la infraestructura turística, hotelera, gastronómica, etc.).
Se me vienen a la mente esas frases magníficas de esa magnífica novela colombiana, "La vorágine": "Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna -comienza el narrador-, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia". Colombia es un país que jugó su corazón al azar y se lo ganó la violencia durante muchísimos años. El último párrafo de "La Vorágine" es tremendo: "Hace cinco meses, búscalos en vano Clemente Silva. Ni rastro de ellos. ¡Los devoró la selva!". Pues bien, podríamos decir que hoy Colombia está saliendo de la violencia y de la selva del subdesarrollo a pasos agigantados porque sus élites han comprendido que la verdadera regeneración de un país pasa por la cultura... o no es. Si no entendemos esto, seguiremos formando parte de esas estirpes, de las que hablaba García Márquez, condenadas a cien años de soledad.