En un artículo de 1962, Saúl Bellow, el Premio Nobel norteamericano, en su usual estilo sarcástico, revisa la relación entre el gobierno -digamos el poder político- y los artistas, sobre todo los escritores. La ocasión la proporciona una cena de gala en la Casa Blanca que el Presidente John Kennedy ofrece al ministro de Cultura francés, André Malraux, a la cual son invitados unos 200 ilustres miembros del gremio, incluido el propio Bellow.
La reflexión de este gran novelista me trajo a la mente - mutatis mutandis - la ausencia casi total de escritores, hombres de letras y artistas en la consideración de los políticos chilenos de las últimas décadas.
Mientras los abogados, economistas, ingenieros, periodistas, actores y actrices de televisión y, ahora, futbolistas, trabajadoras de casa particular, músicos populares parecen poder aportar una mirada valiosa para el bien común, la de aquellos brilla por su ausencia. Eso conduce a preguntar: un poeta o un novelista, ¿no tienen acaso una perspectiva, un saber, una experiencia con los cuales contribuir a la construcción de la cosa pública? ¿Existe, entonces, un declive de su peso específico en nuestra sociedad? ¿O será, más bien, que los políticos de hoy son iletrados y tan solo se recuerdan de aquellos en el momento en que alguno recibe un importante reconocimiento internacional, o en las escasas ocasiones en que les conceden un galardón (¡hasta cuándo el Premio Nacional de Literatura, por ejemplo, se seguirá concediendo de manera bienal!).
Si se realiza un análisis detenido de los diseños institucionales y de las políticas públicas que los afectan -sin perjuicio del entusiasmo y perseverancia de los funcionarios técnicos que participan en su elaboración e implementación-, queda en el aire una sensación de mezquindad y abandono (sumados todos los fondos asignados al arte y la cultura -no solo al Consejo Nacional del Libro- en el presupuesto 2016 no alcanzan ni siquiera al 5% de la ya tristemente célebre "glosa sobre la gratuidad", para tomar solo un parámetro). Quienes están en el centro del poder perciben, sin duda, a los escritores y artistas como sujetos periféricos, unos segundones cuyas prioridades son menos urgentes de satisfacer que tantas otras, y sus opiniones, poco relevantes de atender.
Aun así, al igual que los camaradas de Bellow, asisten casi eufóricos a las galas que los políticos orquestan y reciben con resignación y ansiedad las limosnas presupuestarias que el Gobierno les asigna (¡cuánta diferencia con la actitud combativa y la seguridad en la importancia de su papel en el bien común que demostraron hace poco nuestros científicos!). No obstante, Bellow, con ironía, sugiere que tanto políticos como creadores quizás salen ganando con esa ya cuantiosa (y en Chile, forzosa) distancia.