Es un lugar común decir que hay que ser desprejuiciado. Al menos entre la gente que alguna vez estudió o leyó sobre otros mundos y otras culturas.
Pero el prejuicio es no solo inevitable, es necesario. Nacimos en una cierta cultura que nos va enseñando nuestros valores, nuestras tradiciones, nuestras creencias y nuestros comportamientos. Si no viniéramos de ningún lugar, entonces tendríamos serios problemas de pertenencia, cosa que es fundamental en la formación de la identidad. Seríamos desadaptados. Y cuando yo pertenezco al grupo A, tengo temor del grupo B. No son los míos. Tener una cultura grupal nos enseña una particular moral. Y también es importante tener una moral para ser buenos hombres y mujeres en esta tierra.
Entonces, tener prejuicios no solo es inevitable, también es necesario y es moral.
Defendemos en nuestra vida diaria nuestras creencias y nuestra cultura. Y queremos, la mayoría de las veces, seguir allí, lo que también es normal porque me asusta lo desconocido. Puedo, a medida que crezco, hacer quiebres y elegir aspectos de otras culturas que me parecen sensatos. Pero tengo en mi formación anclados los mandatos de la cultura en la que nací y me crié. Hasta ahí, estamos en la completa normalidad.
El problema con los prejuicios es el miedo a lo distinto, a lo ajeno. Miro lo nuevo como amenazante, hasta que quiero a alguien de esa cultura, o reconozco rasgos de bondad en otros que apaciguan mi miedo. Me voy acercando, abriendo a conocer. No a cambiar, solo a abrir mi mente y mi moral a otros pensamientos. Eso sería lo sano. Poder convivir sin miedo con los que tienen otros prejuicios, que nacen de otra experiencia, de otra moral.
Los atentados en Francia por parte del Estado Islámico han remecido al mundo. El Holocausto remeció al mundo cuando se conoció el horror de los campos de concentración y los crematorios de judíos por parte de los alemanes. Allí, los prejuicios se convirtieron en la necesidad de liquidar al enemigo, no a conocerlo y permanecer en las diferencias. No, convirtieron a los "otros" en enemigos. También lo hizo la Iglesia Católica en Las Cruzadas. También nosotros a veces sentimos y creemos que hay culturas que se oponen a todo lo que nosotros creemos y no queremos estar cerca. Pero no los matamos. Es ahí donde los prejuicios se transforman en rigidez, en soberbia, en bandera de lucha, en causa para la existencia. Los beatos de cualquier religión, raza o cultura, no toleran la diferencia. No quieren vivir con quienes piensan de otra manera.
La flexibilidad para distinguir entre quien soy yo y quien es el otro, sin necesitar denigrar al que es diferente a mí, es una condición del equilibrio mental. Avanzar hacia la inclusión es un acierto de una sociedad para que sus integrantes se críen sanos. Este NO es un problema político, aunque a veces también lo sea. Es un problema de salud mental. No queremos una cultura de fanáticos. Queremos seres humanos seguros de sí mismos, no soberbios. Tolerantes. Por eso el prejuicio hay que tenerlo consciente.