A lo largo de la historia, y hasta hace poco tiempo, las ciudades existieron en contrapunto con el mundo natural, incluso salvaje, del extramuros. La recreación de la naturaleza era un lujo, por requerir abundante agua, y se limitaba al ámbito de lo privado en jardines, huertos y algún parque palaciego abierto de vez en cuando al público. Lo público era el espacio configurado por la edificación. Una mirada a Santiago hacia 1840, por ejemplo, cuando era aún un pueblo colonial, nos revela una traza de calles de rigurosa fachada continua desprovista de árboles, excepto algunas alamedas en el horizonte (el paseo de las Delicias y el de los Tajamares), una Plaza de Armas empedrada y los cerros Santa Lucía y San Cristóbal rocosos y áridos. Observamos fotografías tempranas y nos imaginamos el peso aplastante de la canícula sin más refugio que los interiores de las casonas de adobe y sus patios.
Una época de siestas, sin duda. Una notable excepción a este paisaje de secano es la Quinta Normal de Agricultura, establecida por el Estado en 1841 como centro de educación y experimentación agrícola a instancias del científico francés Claudio Gay, con un jardín botánico diseñado por Rodolfo Philippi en 1853, en efecto nuestro primer parque público. El Campo de Marte, una propiedad fiscal donde se llevan a cabo ejercicios militares y fiestas populares, no será parque sino hasta la época de modernizaciones de Vicuña Mackenna y gracias al aporte del magnate Luis Cousiño, en la década de 1870.
A partir de entonces, la ciudad se volverá poco a poco más verde. La transformación del cerro Santa Lucía es tan espectacular como un espejismo; la canalización del río Mapocho da lugar a sendos terraplenes en sus orillas sobre los que aparecerán, hacia el Centenario, los primeros parques y paseos en el centro de la ciudad, y así también, a medida que desaparecen las edificaciones coloniales y son reemplazadas por palacetes de estilo romántico y ecléctico, frente a calzadas más anchas y con mejor provisión de agua, comenzarán a arbolarse las calles. Son los medios modernos de transporte, especialmente el tranvía, los que permiten poco después la aparición de bucólicos suburbios en los entornos de los poblados y caminos rurales que se asientan en el valle: Ñuñoa, Providencia, El Llano, Las Condes, Maipú, Colina. En ellos, los santiaguinos erigirán sus villas y quintas de veraneo, las "parcelas de agrado" de hoy, precursoras de la Ciudad Jardín, que terminó por cautivar a la burguesía decimonónica, la misma que abandonó el centro de la ciudad hacia mediados del siglo 20 y se estableció definitivamente en un vergel de magníficas avenidas y jardines que estallan exuberantes cada primavera, como lo hacen hoy.