Es un paisaje increíble. Son enormes extensiones de playas solitarias y de arenas casi blancas, cercadas por la aridez del desierto de Atacama. Especialmente bonita es la zona de Bahía Inglesa, en la Región de Atacama.
Allí, lo que fuera un pequeño balneario sigue manteniendo el encanto de un lugar no invadido por las masas. Tranquilidad y buena vista. ¡Y ostiones! Porque la zona es conocida por sus grandes y prácticamente dulces ostiones.
Sin embargo, los restoranes resultaron una tremenda decepción. Aunque hay algunas terrazas más "taquilleras", la verdad es que sus ostiones dejaban mucho que desear. El Plateado, el más famoso, no estuvo a la altura. Ofrecía platos "fusión", pero aquí uno quiere mariscos y sentir el mar. Los ostiones al ajillo venían en una especie de caldo medio oscuro... Hasta el pan resultó una desilusión.
Hay una pequeña cabaña donde se ofrecen ostiones vivos, pero el entorno es todo menos bonito. Le llora a esta zona un lugar donde tomarse un aperitivo, una copa de espumoso o vino blanco, acompañada de ostiones preparados en todas sus formas. Un bar de ostiones, por ejemplo.
Siguiendo hacia Caldera, el famoso Mesón del Megalodón estaba cerrado un fin de semana turístico... Y sin ningún cartelito que explicara el cierre. Y la no menos conocida Casa de la Empanada, ¡no tenía de ostiones! Las de camarones y locos resultaron sin demasiada gracia. Ni hablar de vino en copas, y la botella más barata era cuatro veces más cara que en Santiago.
Buscando ya por caletas perdidas el sabor del mar, en Puerto Viejo, una increíble miniciudad formada por mediaguas -tomas ilegales para segunda vivienda, sin agua ni alcantarillado-, el restorán de la señora Juanita se hizo popular por la visita de Los Tres. En un endeble comedor, aunque adornado coquetamente con plantitas, ¡no había ostiones! ¿Empanadas?: hubo que esperar que se hiciera la masa. Y el pescado frito, olvidable.