Que no suene a resignación, pero de verdad poco hay que hacer cuando la barbarie se apodera de todo. Y en el fútbol chileno, los bárbaros han pasado a dominar la escena por completo, desde aquel sujeto más básico que se comporta violentamente sin motivo aparente más que su "pasión", hasta aquel individuo sofisticado que con su conducta atenta contra toda ética, porque su presencia física en el deporte solo es para usufructuar de él.
Cuando una tropa de energúmenos invade las calles y arrasa con lo que se encuentre solo movida por el fanatismo y los deseos de pisotear, degradar y aniquilar al rival, la conexión con el estado de brutalidad es ineludible. La masa de salvajes que golpea, choca, patea, vocifera, lanza peñascos, emite ruidos guturales y entona cánticos primitivos vive apartada intelectualmente de toda civilidad, independientemente de que en la estadística forme parte de una sociedad. Los que se descuelgan de sus aposentos como animales trepadores y enarbolan sus armas como cuando en la prehistoria las tribus nómadas cazaban a su presa, no entienden de leyes ni de buenas costumbres, porque el trofeo que persiguen es la base de la subsistencia y también de satisfacción de su instinto destructivo.
Pero la barbarie no solo se representa en su condición más bestial. Si las autoridades responsables de generar el control y proveer las soluciones son sorprendidas por el frenesí de la violencia desatada, queda en evidencia su falta de inteligencia para ejecutar un plan o una acción coordinada. La ausencia de un líder que dirija y asuma los riesgos, la ineficacia de los referentes policiales para contener los focos de furia y el tejido de cálculos para abordar a bajo costo político la inevitable represión, están muy lejos de denotar habilidad. Priman la inoperancia para proteger al inocente desarmado y un dejo de profundo desprecio hacia los mismos vándalos que se agreden en el campo de batalla.
El círculo feroz se completa con quienes por determinismo cultural tendrían que reflejar algún grado de desarrollo evolutivo, la ruta a la civilización, pero que por su desproporcionada ambición constituyen un grupo tan dañino como los más irracionales. Son la barbarie en su más caótica manifestación, descabezada en su organización social, huérfana de un código moral y de naturaleza tan corrupta como indolente.
Así, poco y nada se puede hacer. El proceso involutivo de combatir a garrote limpio (mientras los animales toman palco) está de vuelta.