Durante los últimos meses, la economía chilena se ha ido acomodando a una nueva tendencia de crecimiento, en un escenario en el que las señales externas confirman que esta transición se puede prolongar por varios años. Los hogares están reduciendo su endeudamiento y la trayectoria del consumo se ha ajustado a esta realidad. Incluso las percepciones de la población son coherentes con el ritmo de crecimiento más modesto. Lo particular de este ambiente es que la desconfianza que se ha instalado entre nosotros está generando una parálisis que impide encontrar nuevos caminos para avanzar hacia el desarrollo.
Si se toma como referencia el crecimiento de América Latina, desde 2011 este ha caído en más de cinco puntos porcentuales, mientras que el de Chile lo ha hecho en 3,5 puntos porcentuales. El tipo de cambio está reflejando este giro fundamental, con depreciaciones similares en toda la región y también en países desarrollados exportadores de materias primas. Por esta razón, la normalización del impulso fiscal y el mensaje en el mismo sentido que está dando el Banco Central en el caso de la política monetaria, muestran el cuidado de las autoridades con los fundamentos de la economía, incluyendo la estabilidad macroeconómica, la credibilidad en el control de la inflación y la solidez del sistema financiero. En esta línea, hay que reconocer también la habilidad del ministro de Hacienda para conducir la política fiscal a este nuevo escenario, que es más permanente de lo que inicialmente se consideró.
Muchas señales anticipan que los contratiempos de la economía mundial y del entorno de América Latina se pueden prolongar por varios años más. Carmen Reinhart, de la Universidad de Harvard, analizó todos los súper ciclos de las materias primas desde fines del siglo XIX, concluyendo que, en promedio, la fase de auge de los precios en dichos súper-ciclos dura entre siete y ocho años, la que luego es seguida por un período de baja con una duración similar. Desde esta perspectiva, nos quedarían varios años en los que podríamos ver mayores reducciones en el precio del cobre.
Entonces no resulta aventurado sostener que nuestra economía necesita encontrar nuevos motores que permitan mayor diversificación y sofisticación de las exportaciones. Sin embargo, la desconfianza se ha convertido en el principal obstáculo para avanzar en esta dirección. En este contexto, conviene hacer un paralelo entre lo ocurrido en 2002 y ahora en 2015, dos años en los que el crecimiento se ubica en torno a un 2,2%, y en el que el Índice de Percepción Económica de Adimark se sitúa alrededor de un 37,5%.
Cuando el país enfrentó un panorama similar en 2002, se organizó una verdadera red para canalizar el esfuerzo común de los sectores público y privado, principalmente orientada a mejorar la trayectoria de crecimiento. Se crearon 28 comisiones técnicas, se generaron más de 80 propuestas concretas y se formularon más de 20 proyectos de ley. Al concluir la primera fase de trabajo, en enero de 2003, se selló un acuerdo político entre el Gobierno y los partidos de todas las tendencias, para apoyar el trabajo realizado y despachar en el Congreso un conjunto de iniciativas legales en el transcurso de ese año. Entonces el Presidente Lagos, reconociendo la importancia de este trabajo, señalaba que "aquí, Estado, empresarios y trabajadores están colaborando juntos por sacar el país adelante".
En cambio, hoy día pareciera que la desconfianza hace imposible el trabajo conjunto y que las relaciones entre los actores están llenas de sospechas de intenciones ocultas. El Gobierno tiene dificultades para recuperar la iniciativa política y el sector privado ha perdido la legitimidad para articular un esfuerzo de colaboración. Así, lo que marca la convivencia social no es la construcción de un proyecto común, sino el seguimiento de agendas particulares.
Esta situación se asemeja al dilema de la caza del ciervo, utilizado por Jean-Jacques Rousseau para analizar el contrato social. Dos personas van de caza y cada uno debe escoger independientemente si caza un ciervo o una liebre. Para abatir al primero, se requiere necesariamente de la ayuda del otro. En cambio, la caza de la liebre se puede hacer individualmente. El ciervo tiene un valor muy superior al de la liebre, pero su captura requiere de coordinación y confianza entre las dos personas.
Como en este relato, la ausencia de un marco de colaboración disminuye la calidad de las políticas y de los proyectos sociales. Aún más, sin diálogo, las decisiones se terminan tomando en círculos cerrados, mucho más expuestos a la influencia de grupos de interés que en los procesos abiertos a la colaboración público-privada. Todo esto genera incertidumbre para las decisiones de las empresas que, en las condiciones actuales, podrían prolongar la tendencia de crecimiento modesto.
En síntesis, los cambios que se han producido en la economía chilena son más permanentes que transitorios, lo cual obliga a repensar los factores que impulsarán el crecimiento en el futuro.
Para tener éxito en este desafío, debemos comenzar por instalar una estrategia de colaboración activa entre todos los sectores. Mientras sigamos dilatando este paso, también se alejará la posibilidad de retomar la senda al desarrollo.