Los cigarrillos Marca Chancho traían en la cubierta del paquete el dibujo de un chancho muy atildado con smoking , y una advertencia en la parte de abajo: "Rechace indignado las imitaciones". Ignoro qué tan malos habrán sido, pues corresponden a una época muy anterior a la mía, pero es claro que no se extinguieron así nomás, ya que dejaron una huella que todavía no se borra del habla local. En el Diccionario de uso del español de Chile , publicado hace unos años por la Academia Chilena de la Lengua, la expresión se define así: "Referido a un artículo elaborado por un fabricante desconocido o de poco prestigio y generalmente de baja calidad".
No es, por cierto, el único caso en que el nombre de una marca se fue quedando como designación de un objeto por la insistencia del uso. Al menos en mi generación le decíamos quáker a la avena y alusafoil al papel aluminio. Todas estas cosas se van ajustando con el tiempo: cuando niño, los mayores me mandaban a comprar panimávida y no agua mineral. O sea, podía volver con una panimávida de cualquier marca sin provocar desajustes semánticos, pero sería impracticable entrar hoy a una botillería y pedir una panimávida helada. Me parece, en todo caso, que se sigue llamando jeep a cualquier auto para zonas agrestes, sea o no sea de la marca Jeep. Lo mismo pasa con el confort, que a propósito de la reciente colusión, en los noticiarios no hallaban cómo decirle: si papel higiénico, que suena raro, o, peor aún, papel tissue .
El mencionado diccionario compila expresiones de uso exclusivo chileno de los últimos sesenta años y, por lo mismo, hojeando el libro, me da la impresión de haberlas escuchado o haberlas puesto en práctica casi todas alguna vez en la vida. Ganar el quién vive, guarisnaque, manuela palma callosa, pichanguera, rebencazo, cachativa, barsudo, tirar a la chuña. Una que no conocía es alambre de púa para referirse a un aguardiente chillanejo de pésima calidad y de siniestra resaca.
Creo que la mayor parte de las palabras que uno usa actualmente las incorporó entre los diez y los quince años. Es lo que he observado. Ese repertorio sería el modelo natural al que uno echa mano cuando no tiene que impostar o cuando simplemente se siente cansado. Los neologismos de antaño son recibidos con sorna por los adolescentes, que ven en ellos el aura de lo añejo.
Últimamente han circulado por internet varios trabajos de interés lexicográfico. Uno de ellos trata de establecer cuáles son las palabras tabú para la clase alta o los cuicos (cuicos, en todo caso, se les decía antes a los bolivianos). Me asombra comprobar que los vocablos considerados adecuados en este sentido -colorado, pollera, escusado, anteojos- eran hace medio siglo remanentes del campo, del hablar ahuasado, y no estaban prestigiados por ninguna clase de inflexión cultural.