El "proceso constituyente" tuvo su puntapié inicial. Los 17 consejeros se estrenaron en sociedad. Quince primero, dos después.
Obviamente, no quedaron todos contentos. ¡No están las organizaciones sociales, tampoco las minorías sexuales! ¡Los empleados públicos fueron marginados, también los dirigentes estudiantiles! ¡No está equilibrado entre hombres y mujeres! ¡La derecha está sobrerrepresentada! Todas ellas han sido algunas de las reacciones a la nominación de los "observadores", y todas tienen algo de verdad (adelantando la dificultad que tiene la nominación de una eventual asamblea constituyente).
Independiente de ello, es claro que el Gobierno se anotó un punto: consiguió que la derecha legitimara su proceso, al sumar a varios de sus miembros. Un hecho muy relevante.
La disyuntiva de entrar o no entrar rondó por las cabezas de todos quienes son opositores al propio proceso constituyente. Pero quedarse afuera para dar un testimonio, habría sido tan inefectivo como cuando la oposición no votó en Venezuela para no legitimar a Chávez.
La derecha, que durante tantos años mantuvo obtusamente el veto que le confería la Carta actual (y que explica gran parte de lo que estamos viendo), ahora actuó con pragmatismo.
"Dado que el proceso va igual, es mejor estar adentro", reflexionaron correctamente quienes dieron el paso desde ChileVamos, teniendo claro que ello implicaba en cierta forma bendecir el proceso. Al menos desde adentro se podrá ver qué se está haciendo y estará siempre disponible la carta de la salida con bullicio, en caso de que la cosa se ponga fea.
Un hecho aparte, y completamente impresentable, es la integración de una destacada periodista radial (Cecilia Rovaretti) y del director de un medio de comunicación (Patricio Fernández). El lugar para "observar" de los periodistas es desde sus propios medios y no desde la cooptación de una instancia pública. Por muy ad honorem que sea el cargo.
Nadie tiene muy claro a qué se dedicará la Comisión. Se juntarán "en sus horas libres" y no tendrán que hacer un informe final. Deberán supervigilar cómo se hace la educación cívica y como se recoge la opinión de los ciudadanos. Ello, en sí mismo es una paradoja: se saldrá a sembrar y cosechar al mismo tiempo.
Pero lo que es peor, es que de acuerdo a lo que informa el propio Gobierno en su página web, "El resultado de los diálogos participativos compondrá las bases de la nueva Constitución. Con esas bases, la Presidenta dará forma a una propuesta de Nueva Constitución". Es decir, finalmente la Presidenta dirá qué entra y qué no entra en la propuesta. Una especie de absolutismo, que supera por lejos a la cocina de Zaldívar o a las galletas de Fontaine, que conocimos en la reforma tributaria.
Pero todavía hay algo peor. Todo el esfuerzo que significará la realización de los diálogos ciudadanos puede terminar en una propuesta de Constitución que el próximo Congreso, o una asamblea constituyente, simplemente no considere.
En el aspecto que es más de fondo, todavía nadie en el Gobierno ha podido explicar el porqué hay que hacer una nueva Constitución, en vez de reformar la actual. Contrasta con lo que sucede en España, donde el líder del grupo de izquierda Podemos, Pablo Iglesias, propone "cambios a la Constitución". ¿Por qué en Chile, en cambio, tenemos que usar el camino latinoamericanista y volver a partir de cero?
El peligro del refundacionismo es pensar que con la nueva Constitución se solucionarán todos los problemas de los chilenos. Como estaba explícito en un folleto de uno de los partidos de la Nueva Mayoría: nueva Constitución, "para terminar con el saqueo de las AFP", "para crear un nuevo código laboral", "por el derecho a una vivienda digna", etcétera.
El hacer creer que todos los males que aquejan al país son producto de su Constitución, es una irresponsabilidad, ya que crea la expectativa de que la nueva Constitución traerá el paraíso. Ello, evidentemente, no será así. Pero de alguna forma en Chile, al igual que en la antigua Grecia, hay que derrotar al monstruo de 3 cabezas causante de todos los males. Allá se llamaba Quimera; acá, Constitución.
En momentos en que nos aprestamos a ver el debut de "los observadores", es tiempo de recordar la frase dicha por un destacado constitucionalista francés: "una Constitución no puede por sí misma hacer feliz a un pueblo. Una mala, sí puede hacerlo infeliz".