Por temas de trabajo he tenido que ver un conjunto de películas latinoamericanas que se han destacado en festivales internacionales. Entre las cosas que me han llamado la atención es que, pese a lo mucho que reflejan la diversidad propia del continente americano, estas cintas muestran también mucho en común, quizá demasiado. Sé que se trata de un pequeño grupo de todo lo que se está haciendo, pero se trata de un grupo que ha tenido cierto protagonismo. Me referiré solo a tres, aunque nombraré algunas más tangencialmente.
Una es "Pelo malo", de la venezolana Mariana Rondón. Esta cinta ganó San Sebastián el año 2013 y cuenta la historia de un niño (Samuel Lange Zambrano) en búsqueda de su identidad sexual en una realidad de blocks sociales, padre ausente y una madre que no encuentra un trabajo estable debido a las difíciles condiciones económicas.
Otra es "Ixcanul", del guatemalteco Jayro Bustamante. Esta cinta estuvo en la competencia oficial de Berlín 2015, y aunque no ganó el Oso de Oro, sí obtuvo el premio Alfred Bauer de la instancia. "Ixcanul" cuenta las desventuras de María (María Mercedes Coroy), una indígena kakchiquel -un pueblo maya de las tierras altas de Guatemala- que enfrenta una cercana boda acordada por sus padres mientras, en realidad, aspira a cruzar al otro lado del volcán y, luego de cruzar México, llegar a Estados Unidos.
La tercera es "La tierra y la sombra", del colombiano César Augusto Acevedo. Esta cinta estuvo en la Semana de la Crítica de Cannes 2015 y ganó la Cámara de Oro, premio que se entrega al mejor primer largometraje de todo el festival. "La tierra..." cuenta la historia de Alfonso (Haimer Leal), un viejo granjero que regresa a su casa a cuidar a su hijo, gravemente enfermo, mientras su ex mujer y su nuera deben salir a trabajar en la cosecha de la caña, en una plantación que rodea -y aprisiona- la vieja construcción.
Si bien se trata de tres películas hechas en el calor del trópico, dan cuenta de mundos muy distintos a no demasiados kilómetros de distancia. Cada una a su manera se esfuerza por describir un mundo cerrado, en una situación que tiene mucho de encierro tanto físico como moral. Describen vidas donde la posibilidad de construir un destino propio es escasa o nula, vidas sometidas por la pobreza o por las garras de una opresión indefinible. Tanto los protagonistas como los personajes que los rodean son seres anónimos, indiferentes para un sistema, una máquina de producción o de convivencia, que los supera largamente. En esto no se diferencia mucho de una cinta chilena recientemente estrenada, "La mujer de barro", de Sergio Castro San Martín, que sigue la labor de una temporera (Catalina Saavedra) en la Cuarta Región (película que en San Sebastián se presentó en la sección Cine en Construcción). La imagen que en conjunto transmiten de América Latina es la de un continente pobre, enrarecido, dragado por un pasado que si no se manifiesta explícitamente, pesa de manera implícita, innominable.
Si bien las tres -o las cuatro- son películas interesantes, deudoras de un estilo de planos fijos y largos, énfasis controlados, poca y escasa música incidental, en conjunto generan la pregunta respecto a si esta es la verdadera cara de Latinoamérica o es solo la cara que los grandes festivales "compran" del continente. Al verlas todas juntas baja la sospecha de que existe un cierto tipo de cine que, en el mundo de los festivales, vende más que otro. Aquí no están las tensiones del cine tradicional argentino, tampoco el espíritu urbano, de clase media, profesional o cuasi profesional de directores como Fuguet, Lavandero, Retjman o Lelio. Es cierto que "Relatos salvajes" y su prodigiosa tensión narrativa estuvo nominada a la Palma de Oro en Cannes 2014, pero su caso parece ser una excepción. Al parecer Latinoamérica es, para el cine internacional, un continente de gente pobre, rural o muy cerca de serlo, sometida, sin control alguno sobre su destino y que, sin embargo, se niega a darse por vencida por completo, para mostrar una suerte de dignidad en el fracaso y la marginalidad. Es una bonita idea, bastante romántica al final de cuentas. Quizás por eso se difunde con tanta facilidad.