En el siglo XIX, con el advenimiento de la geopolítica moderna y la Revolución Industrial, innumerables ciudades de aspecto medieval emprendieron reformas radicales, entre cuyas operaciones más notables y polémicas estuvo demoler los muros de la ciudad, inaugurando una nueva era de libertad expresada espacial y simbólicamente. Una experiencia ejemplar, acaso la más influyente en el imaginario urbanístico moderno, es la reforma de París a partir de 1852, obra del intendente Haussmann bajo las órdenes de Napoleón III, que si bien no opera sobre los muros de la ciudad (destruidos un siglo antes por Luis XIV para reemplazarlos por los primeros boulevards), sí cambia la fisonomía y el carácter laberíntico de la ciudad medieval al superponer sobre ella una trama de monumentales perspectivas bordeadas de frondosos árboles.
Otro precedente es la reforma de Viena, capital del imperio Austro-Húngaro, a partir de 1857, operación inmobiliaria liderada por el propio Francisco José I, consistente en la demolición de los muros y bastiones del siglo XIII y el consiguiente loteo de los nuevos terrenos anexados, con lo cual se financió la construcción de magníficos edificios públicos y palacios privados, emplazados en un nuevo y amplio boulevard, la célebre Ringstrasse.
Un tercer caso influyente es el "ensanche" o ampliación de Barcelona, cuyos muros medievales se derribaron a partir de 1854, iniciando una gigantesca urbanización del territorio aledaño según el diseño de Cerdá.
Esa racionalidad tiene precedente histórico en la antigüedad, incluyendo el castro romano y las consiguientes Leyes de Indias que habían servido como plantilla en la fundación de innumerables ciudades americanas; pero también en la Ilustración revolucionaria del siglo XVIII que renegaba de la autocracia y soñaba con ciudades radiantes para un hombre nuevo y libre: en Norteamérica, el plan idealista de L'Enfant para Washington, la nueva capital federal, data de 1792, y el plan de expansión de Manhattan mediante una estricta trama ortogonal de manzanas rectangulares data de 1811. Estos casos, entre otros, materializan el paradigma del urbanismo moderno que se multiplicaría por todo el mundo, tanto en la remodelación de ciudades antiguas como en la concepción de las nuevas: un trazado planificado y monumental, consideraciones precisas de espacio público, circulación, transporte, higiene y bienestar; vías desplazadoras como diagonales y anillos de circunvalación, y algo jamás imaginado antes: los grandes parques públicos.