Ante una sala cuyo aforo se colmó solo parcialmente (al menos en la función de domingo, a las 12:00 horas), se estrenó "Papelucho", con música de Sebastián Errázuriz, y libreto y dirección escénica de María Izquierdo, y coreografías de Mathieu Guilhaumon. Lo mejor del espectáculo es el trabajo de María Izquierdo, quien logra integrar en el escenario la presencia de los músicos, la del director del conjunto instrumental, los niños del relato, los personajes traídos de otras culturas (como el Principito y Alicia) y los adultos que forman parte del cuento, incluida la escritora Ester Huneeus, Marcela Paz, quien en escena va dando forma a su creatura. Hay logros estupendos en términos de dirección de actores en la pandilla de niños y una perfectamente lograda pauta de movimientos para las travesuras infantiles.
El libreto en sí trae aspectos de dulce y de agraz. La historia -cómo Papelucho se convierte en un ser inmortal- es pobre en términos de vigor dramático, y solo adquiere algo de interés en la lucha del niño por su diario. No hay profundidad psicológica para ningún personaje, y las preguntas que Papelucho se hace, si bien no son superficiales, están planteadas desde la superficialidad. También se ven livianas todas las relaciones que establece; ninguna de ellas está explorada con mayor hondura. Así las cosas, resulta incómodo y desbalanceado ver a Papelucho equiparado a los personajes de Saint-Exupéry y Lewis Carroll. Entre los adultos está bien inspirado el rol de Marcela Paz, pero los demás no aportan mucho. Quizás el Padre Rector del internado, con su severa bondad, pero ni Domitila ni la Mujer pobre ni los padres del protagonista tienen una vida afectiva interesante con el niño.
En términos de lenguaje, se ocupa uno bastante cotidiano, lo que está bien, y se incorporan palabras como "miéchica" y "estógamo", que forman parte del léxico del protagonista. Esto nos acerca mejor a Papelucho; no así el personaje visual, pues la opción, del todo válida, fue no hacerlo ni flaco ni colorín ni orejón, como en los libros, asimilándolo más bien a las características más habituales de un niño chileno.
La música de Sebastián Errázuriz es bastante reiterativa, lo que puede ayudar a la recordación. Sus materiales son tributarios de Britten ("El pequeño deshollinador") y Ravel ("El niño y los sortilegios"), aunque sin el vuelo ni la vida expresiva ni la riqueza tímbrica que se pudiera esperar. Vuelve a ocurrir que la música escrita para los textos en español resulta forzada, lo que hace que la vocalidad también lo sea y que las frases suenen tiesas. En los momentos en que nadie canta, el compositor logra lucir mejor su habilidad rítmica, el buen uso que hace de la percusión y su habilidad para construir un sonido desde fuentes diversas. Sin embargo, el clima interior no alcanza a estabilizarse para dar cuenta de una mayor -y necesaria- concentración expresiva de los recursos.
Excelente el Papelucho de Valentina Paz González, que casi hace olvidar que es una niña, como también los amigos, en sólidas voces -nada infantiles- de Andrea Betancourt (muy bien como el estridente Urquieta), Tabita Martínez, Florencia Romero, Camila García y Javiera Saavedra. Se contó también con la experiencia y el oficio de Pedro Espinoza (padre de Papelucho y Rector) y Claudia Godoy (Marcela Paz). La Mujer pobre es un rol sin voz asignado a la bailarina Teresa Prieto, quien despliega con encanto su talento. Funcional y adecuada la colorida y ocurrente escenografía de Rodrigo Claro y el hermoso vestuario de Montserrat Catalá, incluidos los célebres overoles de los colegios. Otro acierto fue la iluminación de Ricardo Castro, fundamental para producir distintos ambientes en un espacio común siempre sobrepoblado.