Un amigo me dijo una vez que si alguien le hubiese explicado oportunamente la distinción entre enamoramiento y amor se hubiese evitado muchas complicaciones. No lo creo, porque precisamente el enamoramiento es un estado -por fortuna, transitorio- en el cual el enamorado se halla más bien disminuido en lo que a especulaciones conceptuales se refiere. En todo caso, como medida profiláctica, si se quiere, hay grandes escritores que abundan sobre el tema: Stendhal, Proust, Ortega y Gasset, han escrito páginas insuperables que recomiendo.
Los tres lo conciben como una "pasión", en el sentido de que no es un trance que se elige, sino que se padece, como si una fuerza se apropiara del enamorado (los griegos clásicos lo divinizaban) y lo zamarreara al punto de convertirlo en otro. También coinciden en que el sujeto de esta pasión, simultáneamente a una eufórica elevación vital, sufre una alteración importante de sus facultades cognitivas de tal manera que le atribuye al objeto del enamoramiento cualidades que realmente no posee. El enamoramiento, desde Safo, es concebido como una suerte de enfermedad que ofusca parcial y provisoriamente la percepción y el juicio en medio de una sensación de plenitud vital.
La Presidenta Michelle Bachelet, en su reciente viaje a Filipinas, señaló a este propósito que "muchas veces la gente se enamora de sus ideas, pero esas ideas no funcionan, y creo que uno siempre tiene que ser muy autocrítico". Y más adelante subrayó: "Muy, muy, muy crítico" (apuntando a los asesores, portadores de esa ideas).
Aunque la Presidenta empleó el impersonal ("la gente", "uno"), es palmario que se trata de un aprendizaje personal: en política no es conveniente "enamorarse" de las ideas, sino que, al contrario, mantener un sano escepticismo frente a ellas. Creo, respetuosamente, que todos debemos alegrarnos de que nuestra Presidenta haya arribado tan velozmente (un año y medio) a esta conclusión. Sus prudentes reflexiones solo pueden haber sido hechas ya desde fuera del enamoramiento, cuando el velo que este había dejado caer sobre el entendimiento se ha descorrido y hemos recobrado la visión compleja y decepcionante de la realidad.
La política está repleta de ejemplos trágicos de líderes que perdieron la cabeza por ciertas ideas políticas, cayeron postrados ante sus encantos intelectuales y condujeron a su pueblos con seguro entusiasmo a dolorosos fracasos. El pensamiento crítico ("muy, muy, muy") parece ser, en cambio, el término medio, porque una política sin ideas deviene en un pragmatismo sin espíritu y desesperanzador. Quizás, más que ideas, la política se desenvuelve en torno a ideales, estados inalcanzables, pero a los cuales se puede ir aproximando indefinida y modestamente con el trabajo de una nación que se prolonga en el tiempo.