Apoya la barbilla en el violín de la manera más convencional y da el primer acorde de la Chacona de la Partita Nº 2 (1720) de Bach. Pero a la primera modulación, Maxim Vengerov acurruca su instrumento y carga con sentido la música. El público que repleta el Teatro del Lago -en su quinto aniversario- se abandona, encantado. El sonido del famoso violinista ruso es magnético: su afinación en esta pieza es perfecta, y el fraseo reflexivo, con un control del volumen exquisito, invita al enorme desafío emocional e intelectual que supone escuchar el monumento bachiano.
Ese fue el comienzo y el mejor momento del recital que Vengerov dio el sábado en Frutillar. Luego, la Sonata en do menor de Beethoven, junto al excelente pianista armenio Vag Papian. Muy comunicados, los músicos transitaron por la introducción lúgubre y el tema tan potente que le sigue, pasando por un Adagio cantabile magnífico hasta el Scherzo , donde las proposiciones parecen simples y el tratamiento es muy complejo.
Siguió la ultrarromántica Sonata (1886) de César Franck, que, gracias al tema recurrente en manos de Vengerov, mostró su carácter unitario y, también, que es germen de una identidad francesa que se extiende hasta Dutilleux. Esta es la única composición a la que un Neruda, en general sordo ante la música, le dedicó más tiempo y fue, según cuenta en sus memorias, una inspiración secreta para "Residencia en la Tierra". Su descripción es elocuente: "La frase parece enroscarse en una patética espiral, mientras el piano oscuro acompaña una y otra vez la muerte y la resurrección del sonido".
De ahí en adelante, el concierto fue creciendo en virtuosismo como decayendo en interés musical: la Sonata Nº 6 Op. 27 (1922) de Eugène Ysaÿe, de carácter rapsódico y casi improvisado, tiene una habanera en la mitad que Vengerov evidentemente disfrutó; lo mismo con el Étude Nº 6 (1964) de Heinrich Wilhelm Ernst, un tema con variaciones que no piensan necesariamente el material, sino que lo adornan con demandas cada vez más críticas al intérprete. Aquí Vengerov actuó como todo un mago, sacando racimos de pizzicati de su mano izquierda. Impresionante. Para el final, dos piezas de Paganini, el muy bonito "Cantabile" e "I Palpiti", variaciones sobre un tema de "Tancredi" de Rossini.
Como encores, de Jules Massenet, "La Méditation de Taïs" (1894) y de Brahms, la Danza húngara Nº5 (1869).<7p>