Dentro de la milenaria historia del Japón, la introducción de la doctrina Zen, a partir del período Kamamura -siglos XII al XIV-, conquistó gran predomino en la corte y en la vida intelectual japonesa. Por cierto, influyó profundamente en las artes visuales con su intenso sentido de espiritualidad. Este se manifestó tanto en el ideal caballeresco, como en un florecimiento artístico, capaz de alcanzar hasta el ámbito paisajista con su universalmente admirada jardinería, donde dentro de espacios reducidos crea un verdadero cosmos. Pero la nueva religiosidad tuvo especial repercusión en la vida social del país. Así, los guerreros nobles o samuráis debían constituir, además de su capacidad militar y refinamiento cultural, un dechado de honradez, sentido de justicia, heroicidad, misericordia, prudencia y cortesía hasta con el enemigo. Coincidencia, pues, con virtudes tan propias del cristianismo y que hacen mejor al hombre. Precisamente, en relación estrecha con la persona del samurái, se está exhibiendo una muy interesante exposición en el Centro Cultural La Moneda.
De ese modo, sus dos vastas salas nos muestran armas y armaduras, casco y aperos de montar, vestuario y textiles, usados por esos señores de la guerra entre los siglos XIV y XIX. Pertenecen a una colección privada de Dallas (EE.UU.). Una vez más se impone la belleza global del diseño japonés. Sus síntesis exquisitas de la naturaleza resultan notables. De las telas expuestas destaquemos primero dos chaquetas sin mangas del dieciochesco período Edo. Una roja y otra amarilla, además de la viveza del color basta a ambas portar nada más que la estilización de hojas de paulonia, escudo de una familia importante. También aparece en oros trabajos la peonía como símbolo familiar.
Tres samuráis sobre sus cabalgaduras enjaezadas, junto a varios de pie o sentados permiten conocer los densos y gruesos bordados que conforman sus complicadas armaduras, donde no falta una de niño. Metales -los precisos incluidos-, cuero, madera, esmaltado, cáñamo, brocado son los materiales. Ostentan armoniosas conjunciones de pocos colores; no obstante, llama la atención la concurrencia de destacados cordones textiles, anudados con elegancia. Algunas veces, la representación del guerrero incluye abanico en su indumentaria, signo de cultura y de cultivo de las bellas artes. Si las máscaras en el rostro cumplen un rol decisivo -algunas, con sus narices largas, hasta parecieran aludir a la itálica comedia del arte-, los alados cascos de hierro resultan un elemento principal del caballero nipón y alcanzan una destacable complejidad. La gran mayoría se halla coronado, así, por un par de apéndices majestuosos, que simulan desde cachos a hojas y que suelen complementarse con representaciones zoomorfas. Además de distinguir a sus poseedores, sirven para impresionar al enemigo. En cuanto a la versión del casco en función de sombrero, es redonda y plana, a veces tienen cordonería.
Fuera de las largas espadas, arcos, flechas y aljabas, se exhiben monturas y aperos del corcel militar. Particular atractivo ofrece la exótica simplicidad de los estribos curvos. Pero, asimismo, al caballo se le colocan máscaras parciales que deforman y, curiosamente, hasta caricaturizan su cabeza. Ante sus contendores, el samurái y su cabalgadura debieron provocar temor o, por lo menos, respeto. En esto, la extraordinaria maestría artesanal desempeñaba el rol principal.
Entorno natural
Romanticismo y paisaje protagónico suelen ir estrechamente unidos. Se trata del panorama natural como estado de ánimo. Bajo influjo europeo, bien lo representa en Chile el decimonónico pintor nacional Antonio Smith (1832-1877). Como observamos en su exposición de la Casa Museo Santa Rosa de Apoquindo, bajo delicadezas de luz capta él la majestad cambiante de nuestros amaneceres nubosos, de nuestros crepúsculos y casi nocturnas lunas pálidas. Predominan los paisajes de tierra adentro, donde los picachos cordilleranos juegan un papel capital y hasta pueden tornarse agresivos. Por momentos asoma la figura humana, aunque diminuta frente a la grandeza panorámica o cual hito comparativo de dimensiones físicas. El valle central resulta el gran escenario. Si bien aquí un cuadro en amplio formato le sirve como intermediario ideal para representar la inmensidad territorial, son las pinturas en tamaño menor las que muestran los mejores atributos del artista, llegando hasta la exquisitez formal en las más pequeñas.
Asimismo, algunos paisajes prescinden de lo montañoso y se limitan a cielo, agua y vegetación. Entre estos, la visión de una cascada entre rocas y laguna a lo lejos ostenta un dinamismo de aire cósmico. Si en pocas ocasiones del cromatismo emergen verdes ácidos, su amplísimo Peñalolén, con casona y parque en formación, luce una narrativa un poco declamatoria que choca contra una serranía potente. A la inversa, tampoco faltan los cerros de consistencia algodonosa en aquel panorama que recoge una faena campesina y sus empequeñecidos animadores.
Samurái, armaduras de Japón
El admirable diseño japonés en el ámbito militar
Lugar: Centro Cultural
La Moneda
Fecha: hasta el 7 de febrero de 2016
Antonio Smith, pinturas y caricaturas
El paisaje romántico y su irrupción en Chile
Lugar: Casa Museo Santa Rosa de Apoquindo
Fecha: hasta el 29 de noviembre