A veces quisiera escribir un largo texto que sea un puro registro del presente. Comandar un dron que filme lo que se cruce en su desplazamiento por las calles de Santiago una tarde cualquiera -o relativamente simbólica, la última del año, por ejemplo- y luego simplemente consignar lo visto mediante una escritura directa, sin agregados, anamnesis ni opiniones.
De tal forma, a pesar de la contigüidad de las imágenes, quedaría una idea de la simultaneidad de la vida urbana: gente en las salidas del metro, en los parques, en los cafés, en las azoteas, en los puentes. Autos en los tacos, el sol sobre las camisas blancas, el humo de los cigarros, los reflejos en las ventanas, los árboles polvorientos de un día caluroso. Un problema sería cómo consignar el audio: esa masa de motores en espera, frenos mal aceitados, bocinazos, gritos de llamada, alarmas, chiflidos, música fugaz.
Mirando unas fotos del centro de Santiago de los años sesenta se produce el abismamiento de aquello que fue en un momento exacto y no se repetirá nunca más: dos hombres asomados en una ventana, un suplementero haciendo el ademán de vocear junto a una pila de diarios, el gesto teatral de un carabinero de tránsito, un señor con anteojos que se acerca a una vidriera para leer los resultados de la lotería. Un día, una hora, un minuto y, es más, un segundo específico del curso de la existencia.
Mi hermano Rodrigo hizo a fines de los 90 un bonito trabajo fotográfico: registró una manzana entera del barrio Yungay segmento por segmento con una cámara fija. Luego expuso el resultado con las fotos yuxtapuestas en una hilera. Había en el resultado una inflexión temporal, ya que uno entendía que cada foto había sido tomada en momentos levemente diferidos. Por este motivo en algún encuadre aparecía una persona caminando en una dirección y cinco encuadres después salía la misma persona en dirección opuesta.
Una de las obras que me han impresionado en el último tiempo es Street, de James Nares. Se trata de una filmación de las calles de Nueva York con una cámara ultra tecnológica que arroja imágenes de nitidez extrema. Nares hizo tomas continuas y las ralentó al máximo, lo que revela en la dinámica de la ciudad un componente orgánico, coreográfico. Mediante este expediente la vida de todos los días se nos aparece con un aura de irrealidad. El simple movimiento giratorio de un niño que juega a marearse -un minuto en la experiencia común- se torna en este caso una extensa y hermosa sucesión de poses. Un hombre que hace parar un taxi termina, con la mirada expectante, con el brazo levantado ejecutando algo similar a lo que en la pintura se denomina "gesto estético". Si los pintores, al menos desde el Renacimiento, estudiaron la gestualidad humana para llevarla a la tela, la película de Nares es una especie de devolución: uno se da cuenta de que la calle en su dimensión cotidiana está llena de cuadros sucesivos, jamás advertidos.