Hace veinte años volvía yo a enseñar en mi propia Alma Mater, tras un posgrado y varios años de trabajo en la administración pública norteamericana. Traía conmigo experiencias estimulantes en procesos de participación ciudadana en proyectos de diseño urbano (que en los estados más progresistas de la Unión es obligatoria desde los años 70), en la puesta en valor del patrimonio histórico construido y especialmente en proyectos de espacio público a escala de vecindarios, muchas veces como detonantes de revitalización inmobiliaria y social en zonas deprimidas. Estos son temas que hoy nos parecen modernos e imprescindibles en Chile, pero que entonces no solo estaban ausentes de nuestro aún tímido debate público, sino que eran con frecuencia incluso desdeñados en el establishment como estorbos al proceso de desarrollo económico liberal.
Hay en la academia estudiantes talentosos pero inconstantes, otros discretos pero trabajadores; inquisitivos y abstractos por aquí, pragmáticos por allá. Hay un tipo menos común que sobresale: el joven o la joven con talento y disciplina cuyos ojos se llenan de estrellas al soñar el potencial de sus propias ideas, al descubrir el hilo lógico de una reflexión original, valiosa, memorable en la eterna carrera de la humanidad por el conocimiento. Hace veinte años, uno de ellos me propuso un brillante proyecto de título en el marco de la urbanización que entonces se iniciaba en los terrenos de la fábrica de cerveza CCU: convertir el canal San Carlos y sus bordes, entre Tobalaba y la Costanera, en un importante paseo público como detonante de desarrollo inmobiliario para este nuevo tramo de ciudad. El proyecto resultó vasto y excelente, un aporte visionario al debate, pero nos encontramos con un escollo insospechado: para una comisión de la Escuela de Arquitectura de la época, un proyecto de diseño urbano y espacio público no se consideraba suficiente para otorgar el título de arquitecto, del que se esperaba más bien competencias en el diseño edilicio propiamente tal. Toda otra cosa era para "urbanistas". Fue una justa batalla demostrar la pertinencia y calidad de ese proyecto en el contexto de una ciudad que ya se desarrollaba desbocada y con evidente irresponsabilidad de autoridades, gestores e incluso arquitectos. La comisión aprobó ese proyecto a regañadientes.
Hace pocos días, las autoridades locales anunciaron un proyecto muy similar en sus conceptos y justificaciones al de mi alumno de título de hace 20 años, hoy un exitoso arquitecto, siempre sensible y responsable con la ciudad. Le envié una nota: "¡La historia te da la razón!". Me contestó: "Gracias por tu apoyo y dirección". Estrellas en los ojos.
Fue una justa batalla demostrar la pertinencia y calidad de ese proyecto en el contexto de una ciudad que ya se desarrollaba desbocada.