Javier Daulte es una suerte de mago de la escena porteña, por eso hoy se le admira como uno de sus talentos descollantes. En la docena de obras suyas que hemos aplaudido en Buenos Aires hay montajes escritos y dirigidos por él en los que aparecen androides, nuevos Frankenstein, hasta un fantasma, o suceden en una realidad alternativa, y le creemos todo, nos deja pasmados y encima nos hace reír. Pero nadie puede ser tan bueno siempre. En 2009 vimos su "Caperucita (un espectáculo feroz)" y aburrió bastante; tuvo muy buenas críticas, pero no anduvo bien de público justamente porque parecía harto menos ingeniosa, estimulante y graciosa de lo que pretendía.
Con todo, si un equipo local decidió estrenarla aquí como "Un espectáculo feroz" (podándole la innecesaria mención de Caperucita), se impone otorgarle el beneficio de la duda. No sería la primera vez que una versión chilena es superior a la bonaerense, podríamos citar varios ejemplos. Y era esperable además que su director, Alejandro Goic, a menudo inspirado, le diera atractivo al texto con un golpe de timón.
No fue, por desgracia, así. En el tono de un melodrama desbordado, articula una variación para adultos del cuento infantil vertido por Perrault y los hermanos Grimm, a través de la historia de una abuela, su hija y su nieta, esta última asediada por un siniestro hipnotizador e ilusionista mucho mayor (el lobo, claro) obsesionado por hacerla suya. La chica adora a su abuela muy enferma, pero ambas relaciones madre-hija son conflictivas, incluso brutales. El autor busca reformular de este modo los temas y símbolos centrales contenidos en la fábula.
En la carpa de circo instalada en el patio del GAM, la puesta ocurre en medio de un bosque de utilería, con un catre clínico al centro y cuatro sillas en las cuales los intérpretes esperan a la vista su entrada a escena. Todo es blanco, menos el gabán negro del psíquico y la chaqueta roja con capucha de Silvia. A veces al fondo se proyectan imágenes bien oscuras e inconducentes.
Se debe suponer entonces que el interés radicará en la ejecución actoral, pero esta revela poca dedicación y exigencia en los matices y definición de roles. Salvo la pícara escena final, en que se evidencia el símil entre lo que vemos y el cuento original, la entrega resulta plana, externa y desaliñada. Nada de feroz ciertamente, como si proviniera de una elaboración pobre y apenas madurada. Agreguemos la gran dificultad de generar una atmósfera sugerente en ese espacio en que el ruido del tráfico de la Alameda se cuela en la ficción. Por lo mismo, los actores usan micrófonos y sus voces nos llegan mediatizadas por altoparlantes (y gritan mucho). A fin de cuentas, no queda otra que concluir que a la crítica porteña no se le debe tener una fe tan ciega.
GAM. Jueves a sábado, a las 21:00 horas,
domingo a las 20:00 horas hasta el 6 de diciembre.
Entrada general: $5.000.