La felicidad y el fervor expresados por el público fueron complementos perfectos para este programa doble verista (Mascagni-Leoncavallo) que, en su versión estelar, fue trepidante en velocidad (en especial en "Cavalleria") a la vez que expuso voces sonoras y expresividad desatada. Hubo garra y pasión sobre la escena y desde el foso, que (casi) hicieron olvidar algunas faltas a la cuadratura y que (también casi) permitieron pasar por alto algunos olvidos en el refinamiento del canto, necesario incluso en obras de este período.
En "Cavalleria Rusticana" la régie de Fabio Sparvoli confirmó sus puntos de interés, como el inicio, con la reproducción del conflicto central en una pelea infantil, y también sus debilidades: el traslado de la acción a los años 40 del siglo XX, que si bien se soporta, no agrega mucho, salvo que en la aldea siciliana hay milicias extranjeras y que Turiddu muere de un balazo y no en un duelo con cuchillos.
La mezzosoprano brasileña Ana Lúcia Benedetti, de voz dramática y vibrato acentuado, tiene un material vocal poderoso y oscuro, y trazó con enorme energía una Santuzza despedazada y despechada.
El tenor chileno José Azócar, tras un comienzo incierto con un desprolijo y algo gritado "O Lola ch'ai di latti la cammisa", mejoró luego notablemente, logrando sus más altos momentos en el dúo con Santuzza y en la despedida de la madre, donde llegó a emocionar con su entrega.
Excelente el Alfio del barítono argentino Fabián Veloz, un puntal en escena y con un torrente vocal que maneja a discreción aunque sin mucho cuidado. Algo tiesa, si bien cantada adecuadamente, la Lola de Nancy Gómez, mientras que la joven Francisca Muñoz pudo resolver en lo vocal su Mamma Lucia, un rol que es para cantantes mayores.
Segunda mitad"I Pagliacci" funciona mejor en términos de régie , a pesar del marco escenográfico (unas viviendas sociales en construcción, típicas de los años 50 del siglo XX, empapeladas con carteles de películas como "Nessuno ha tradito", de 1952). Pero la impronta teatral es fuerte y vistosa gracias al talento actoral de cantantes y coro, y a los difíciles y bien ejecutados números acrobáticos circenses.
Fabián Veloz lució su fiato y sus agudos en el famoso "Prologo" y su Tonio fue tan desagradable como se espera. La soprano española Carmen Solís cantó una estupenda Nedda, atenta a los detalles de la partitura (en especial en su célebre "Balatella"), y conquistó con su rico juego teatral.
José Azócar fue un robusto Canio, sin problemas en el extenso registro exigido y sobrio en expresividad, lo que se agradece: no hubo gimoteos ni sollozos en "Vesti la giubba". Un lujo Patricio Sabaté como Silvio, lo mismo que el Beppe de Sergio Jarlaz.
Al frente de la Orquesta Filarmónica, la batuta de José Luis Domínguez convenció con su fuerza y el manejo de la dinámica. Si bien hubo alguna falta de conexión entre foso y escenario en momentos como el difícil "Inneggiamo" y en el "A casa, a casa" de "Cavalleria", y en el coro "Andiam, andiam! Don, din, don, din" de "I Pagliacci", en general hubo un adecuado control de esta música que avanza sin tregua.
Lo mejor es que Domínguez consiguió comunicar la carga emocional, aspecto esencial para el éxito de estas obras.