El suave sol escandinavo, la luz veneciana y la arquitectura sonora del clasicismo se juntaron el viernes en el Teatro Municipal de Ñuñoa, en el concierto de la Orquesta de Cámara de Chile, bajo la conducción del director sueco Mika Eichenholz. Las obras: La Suite Pastoral del sueco Lars-Erik Larsson (1908-1986), el concierto RV 535 para dos oboes de Antonio Vivaldi y la Sinfonía Nº 99 de Joseph Haydn. Un concierto con refrescante repertorio y que alcanzó niveles de excelencia.
Dadas las características de la Suite de Larsson (1938), cuesta imaginar que haya sido alumno de Alban Berg y pionero en la introducción del serialismo en su país. La Suite oscila, eclécticamente, entre romanticismo, postromanticismo y ecos de Sibelius, pero con un discurso muy original que alcanza notable expresividad, particularmente en el Romance, movimiento central. Esquivando una vanguardia que dejó pasar por el lado, en esta obra Larsson no vacila en optar por un paisajismo de lenguaje conservador en que el sabio tratamiento orquestal le confiere un indudable atractivo. La identificación del director con la música de su compatriota logró ser transmitida a la orquesta, la que realizó una estupenda versión con sonido límpido, cohesión y vitalidad sin desmanes. Esta gran calidad interpretativa se mantuvo en el resto del concierto.
El concierto para dos oboes de Vivaldi tuvo como solistas a Sergio Marín y Jorge Galán, ambos integrantes estables de la orquesta. La obra, como tantas veces ocurre en la excesiva producción del veneciano, no tiene una identidad muy acusada, pero los solistas, hermanados en una impecable ejecución, hicieron que las cadenas de terceras paralelas y ocasionales imitaciones tuvieran interés de comienzo a fin. Solo se echó de menos una mayor presencia de cellos y contrabajos; la ubicación que se les dio hizo que, especialmente en esta obra (el Barroco: "la era del bajo"), a los registros medios y agudos de la orquesta pareció faltarles el piso.
Las famosas afirmaciones "la arquitectura es música congelada" o "la música es arquitectura en movimiento" pocas veces se hacen más evidentes que en las grandes construcciones del Clasicismo Vienés. En los cuatro movimientos de la Sinfonía Nº 99 de Haydn, como en todas las sinfonías maduras del autor, la solidez del edificio se impregna de sabiduría armónica, encanto melódico y chispa en equilibrada alianza. Eichenholz, en todo el concierto, demostró su maestría en unir gestualidad física y gesto musical. Un gran director: no solo el público lo aplaudió efusivamente; también la orquesta.