El que Ictus celebre seis décadas de vida con una reposición de "La noche de los volantines", de 1989, puede parecer una elección al menos debatible. Porque, si bien se elaboró con el método de creación colectiva que le dio su sello, esta no es una de sus obras mayores y emblemáticas. Tampoco marcó un aporte importante de Marco Antonio de la Parra, el dramaturgo que fijó su texto dejando de lado la línea alegórica que le valió entonces ser alabado como el nuevo talento de la escritura escénica.
Naturalista, muy simple y clara como el agua, traza el retrato de un trío de empleados públicos emborrachándose en una cantina para festejar que no fueron despedidos; tras una pausa vemos otra farra en la que los mismos oficinistas buscan olvidar que ahora se convirtieron en cesantes. No hay nada más. Pese a la incoherencia de los diálogos, queda claro que esto ocurre a fines de la dictadura, y como la carga etílica va en aumento, los contornos empiezan a borrarse. En el segundo tiempo el lugar se vuelve impreciso y la situación adquiere rasgos irreales; tanto que hacia el final surgen referencias a los crímenes cometidos en dictadura y al caso "degollados", que pocos años antes repercutió dolorosamente en ese mismo escenario.
Cierto que, en su conjunto, sugiere un reflejo indirecto del temor e inseguridad en la época, y sobre todo del ánimo desencantado y profundo sentimiento de culpa en la gran clase media por no haber reaccionado como la contingencia exigía. Pero esas ideas subyacen muy al fondo de la forma, que es un largo cuento de curaditos, un eficaz y extenso sketch que estira la jocosidad de modo notoriamente forzado.
Como sucedió antes, parece una reproducción de la realidad de cada noche en cientos de bares. La puesta se sustenta por cierto en las actuaciones de Edgardo Bruna y José Secall, repitiendo las partes que crearon, y Otilio Castro, en reemplazo de Héctor Noguera; ellos lucen perfectamente calibrados y afiatados. Paula Sharim conduce el montaje sencillo y funcional que dirigió su padre hace 26 años, y se hace cargo además de los dos breves roles femeninos complementarios. Malo es que decida poner un innecesario intermedio entre los dos cuadros, que interrumpe la continuidad de relato y atmósfera, en tanto alarga la entrega a cansadores 110 minutos (la versión original tomaba hora y media sin corte).
Agreguemos que, en rigor, se debe entender el cumpleaños número 60 del conjunto como una celebración simbólica, por cuanto el Ictus que todos recordamos, el que hizo historia en la resistencia teatral, se terminó de desgranar como colectivo hace casi dos décadas.
Teatro Ictus. Jueves a sábado a las 20:00 horas, hasta el 28 de noviembre. Entradas desde $6.500.