Una mujer muy menuda, con un canasto lleno de libros, camina por una calle de una desolada periferia parisina, un barrio de inmigrantes, un barrio de tránsito. Un suburbio como miles de esos suburbios en el mundo que han sido construidos sin amor, un lugar de donde fue erradicada la belleza, un dormidero para los que sobran. Se detiene en un arenal de una plaza destartalada, coloca el canasto en el suelo y espera.
Es miércoles, y durante más de veinte años hará lo mismo a la misma hora, con libros en vez de panes. Es el comienzo de una revolución, pero de esas revoluciones que según Nietzsche advienen con "sonido de pisadas de palomas". Sin estrépitos, sin vociferación, sin teorías ni discursos, esta bibliotecaria misionera de la pasión de leer sacó la biblioteca a la calle, fue al encuentro de los lectores perdidos.
Una sola convicción la sostuvo en este lugar peligroso, la misma convicción que tuvo el príncipe Mischkin, el personaje de "El Idiota" de Dostoyevski: de que solo la belleza salvará al mundo. "La mujer del canasto" -así la conocen ahora en todas partes- cree que los libros bellos, las historias bien contadas pueden cambiar la vida de las personas, suscitar encuentros, abrir una puerta para que los marginados puedan escapar de su condena a la mera sobrevivencia.
Geneviève Patte, así se llama esta mujer que ha convertido a los libros en panes. Geneviève, Ginebra, nombre de heroína de cuento medieval, el de la mujer del rey Arturo y amor del joven Lancelot. Ella es Ginebra, Arturo y Lancelot al mismo tiempo, y su Grial es la palabra. La palabra viva y bella que está en los grandes libros y que puede tocar a todos los seres humanos. Ella se dio el tiempo para escuchar y conversar sobre esos libros que ama con los niños y los jóvenes. No les hizo absurdos "controles" de lectura, no los "interrogó". ¿Pero quién tiene tiempo hoy para estar con ellos y contarles una historia y escuchar su propia historia? Ella fue a buscar a los lectores a la calle porque sintió que las bibliotecas y las salas de clase estaban vacías, muertas.
Para Geneviève Patte leer no es una obligación, sino un placer . Ella tiene confianza en los lectores y no suscribe el pesimismo de las estadísticas. Ahora la tengo a mi lado, en Valparaíso; ha viajado hasta aquí a compartir su experiencia. ¡Mi heroína salida del libro de las Grandes Aventuras! Nos ha pedido que la traigamos a la punta del Cerro Alegre para ver la ciudad en toda su perspectiva. Sus ojos brillan, humedecidos por la emoción. Me dice: "Tantas casas, tantas historias, tantas vidas anónimas". Ella quisiera ir a tocar todas esas puertas con su canasto lleno de las bellas historias de siempre. "Nadie puede resistirse al placer de que se le cuente una historia" -afirma. Mañana estaremos con ella en Santiago, ciudad de periferias tanto o más segregadas que las de París.
La historia de esta mujer, su vida consagrada a la pasión por los libros y los encuentros es una de las más bellas que haya jamás escuchado. ¡Cuántos recursos mal gastados, cuántas políticas públicas de fomento a la lectura mal diseñadas, cuánto pragmatismo ramplón que no deja espacio a la libertad de los lectores, la gratuidad, la belleza! Miro a esta mujer menuda que está a mi lado y creo que con gigantes como ellas se pueden mover montañas, estos 45 cerros de Valparaíso, o las estructuras anquilosadas de nuestras burocracias educacionales que todo lo congelan.
La mujer del canasto está aquí y pocos en Chile los saben. Siempre es así. ¿O ustedes creen que Mahatma Gandhi o la Madre Teresa de Calcuta habrían venido a dar una charla a CasaPiedra? "Pongan en ese canasto pocos, pero los más bellos libros -nos dice-, no los libros que sobran". " Small is beautiful -repite-, lo pequeño es hermoso". La mujer del canasto está aquí y dan ganas de ser niños otra vez para escuchar sus historias, con los ojos cerrados y el corazón abierto. "Había una vez en una peligrosa periferia de París...".