Hay muchas cosas que tienen en común Michelle Bachelet y Matteo Renzi, el Premier italiano que estuvo recién en Chile. Ambos comandan una alianza de centroizquierda, integrada por comunistas (o ex PC, en el caso italiano), socialistas, socialdemócratas y democratacristianos. Ambos llegaron al poder en 2014 con retroexcavadora, dispuestos a cambiar todo: en Chile, el modelo; en Italia, la ingobernabilidad, la corrupción y los males económicos. Reformas electoral, laboral, educacional y constitucional estaban en el programa de ambas coaliciones, y también la férrea voluntad de imponerlas. Hasta ahí llegan los parecidos.
Cuando Bachelet asumió, Chile todavía era un ejemplo para muchos países. Cuando Renzi se hizo del poder en una especie de "golpe palaciego", Italia estaba por los suelos. Recesión galopante, políticos desprestigiados y sucesivos gabinetes desacreditados por ineficientes; la Unión Europea miraba con recelo. Renzi, un joven ex alcalde sin experiencia en las grandes ligas políticas, hizo promesas de cambiar a Italia para siempre, y la gente le creyó.
Si el contexto era diferente, las reformas fueron diametralmente opuestas. La ley laboral flexibilizó el mercado del trabajo, eliminando un artículo histórico sobre inamovilidad, defendido con uñas y dientes por los sindicatos. Además, se rebajaron impuestos a los empresarios que hicieran contratos a trabajadores por tiempo indefinido. Nada más distinto que el "empoderamiento" sindical que busca el proyecto de Bachelet.
La reforma educacional en Italia busca mejorar la preparación de los jóvenes para incorporarse a una sociedad moderna. Más autoridad e independencia tendrán los directores de escuelas, aumentos salariales por méritos, y no por antigüedad, y, de no creerlo, exención de impuestos para los colegios privados. El gremio de profesores estaba indignado, otros advertían de una supuesta inequidad. Pero Renzi no cejó y el proyecto se convirtió en ley.
En el ámbito político, la reforma constitucional que quita poderes al Senado está avanzada. Cuando entre en vigor se habrá terminado el "bicameralismo perfecto" (cuyo propósito original fue evitar la llegada de otro Mussolini). Sumada a la nueva ley electoral que garantiza al partido que gana el 40 por ciento de los votos obtener el 54 por ciento de las bancas, será una verdadera revolución política, que no necesitó partir de cero. Con esto, claramente se pretende fortalecer el poder del Premier y, con ello, la gobernabilidad de Italia. Qué distinto al proceso confuso e intrincado que ha ideado Bachelet para elaborar una nueva Constitución.
Es cierto que no sabemos el final de la historia, si las reformas de Renzi prosperarán y cambiarán el rostro a Italia. Pero ya hay resultados: Italia celebra el fin de la recesión, cayó el desempleo, empezó a llegar inversión, el gobierno ganó credibilidad y confianza. No sería mala idea que miráramos a los italianos antes de avanzar con nuestra retroexcavadora.