La novedad siempre ejerce algún grado de atracción. En lo nuevo el hombre piensa encontrar algo per se mejor que lo actual, sobre todo cuando lo actual se le representa como una mera repetición o prolongación de lo ya sido, del pasado, un pasado que, a su vez, se percibe anquilosado y casi pétreo. Pero el presente, ni siquiera en las situaciones más extremas, deja de ser un fluido abierto permanentemente a lo nuevo. El "afán de novedades", como lo llamó un filósofo, esa suerte de ansiedad por apropiarse e imponer lo más nuevo de lo nuevo, es un modo de ser inauténtico que, quizás, se contrapone al "afán de antigüedades", esa otra ansiedad que busca codificar y fijar lo actual, restándolo a todo cambio.
En cualquier comunidad política y social, sin duda, se produce una tensión, en todos los ámbitos de convivencia, entre lo que deseamos conservar y lo que deseamos cambiar por algo que se presenta por completo distinto a lo que hay: lo nuevo. En la literatura, por ejemplo, desde que conocemos datos de su historia (hace unos 2.500 años), hilando fino, al menos una decena de veces, se ha librado "la vieja querella entre lo antiguo y lo nuevo". En Chile, sin ir más lejos, en el reino de la poesía -un ámbito de nuestra cultura del cual podemos enorgullecernos con razón- dos poetas de primera calidad (Rafael Rubio y Germán Carrasco) mantienen ahora una interesante y apasionada disputa que podría encasillarse en esos términos, un alegato conspicuo en torno al sentido de las formas poéticas en la cultura chilena contemporánea.
En el plano del derecho y de sus instituciones propias, nadie puede sustraerse al cambio, porque el derecho pertenece al ámbito de la historicidad, pero tampoco nadie puede atribuirse el monopolio de lo nuevo, como si fuera posible dar con una novedad definitiva, una novedad que detenga el fluir del cambio y abrogue toda otra posible novedad. Lo nuevo de hoy, no obstante, puede ser considerado como obsoleto por quienes vendrán acaso en tiempo muy próximo. ¡Qué fugaz, entonces, deviene en anticuado lo novedoso!
La democracia (a pesar de sus tribulaciones actuales, sería insensato dudar de que es el régimen de gobierno que nos rige) establece procedimientos que permiten a los representantes del pueblo modificar nuestras reglas e instituciones, ir tanteando las necesidades, las transformaciones sociales y culturales y sus exigencias, buscando definir las reglas jurídicas mejores, poco a poco, sin pretensión de inmovilidad. Es la sabiduría de esas reglas, su arraigo social, sus beneficios y costos puestos a prueba cotidianamente, la piedra de toque de su mayor o menor permanencia.