Entre los cometidos de la ciudad moderna siempre ha estado el ser receptáculo de la interpretación del pretérito. Es así como nuestros antepasados erigieron miríadas de monumentos. Vicuña Mackenna, uno de los principales productores de estatuaria conmemorativa en el espacio capitalino, gestionó inmortalizar a varios próceres de la Independencia. Por una parte, lo movía su espíritu de historiador: necesitaba que se identificara con claridad el panteón de héroes de la gesta revolucionaria. Pero por otro lado, su generación necesitaba encerrar a pipiolos y pelucones en el pasado para poder emprender el nuevo debate de la modernización de la República. Los monumentos, a punta de mármol y bronce, inmovilizaban a perpetuidad y de forma indiscutible la honorabilidad del agasajado y, a la vez, ponían al pretérito en segura clausura.
La sociedad actual ya casi se ve imposibilitada de construir monumentos con tal rigidez y determinación. El flujo inefable del tiempo se fija ahora en el espacio mediante una estrategia distinta: el memorial. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la sociedad occidental necesitó con urgencia señalar en el espacio las huellas de los horrores cometidos. La Guerra, el monstruoso engendro del sueño racional, y la posibilidad de su olvido amenazaban la construcción de un futuro seguro. Como señala el pensador alemán Andreas Huyssen, la figura memorial se extendió por el planeta, proyectando el tropo del Holocausto sobre los traumas históricos locales, y un boom de la memoria llenó la necesidad de nuestra sociedad de no olvidar y de no repetir.
Los memoriales anteceden así el cada vez más complejo oficio de la escritura de la Historia. Son pasado y presente, vivo y testimonial. Algunos son denominados “sitios de conciencia”; son lugares abiertos a la interpretación, y su principal función es la construcción de la memoria colectiva como virtuoso ejercicio racional de aprendizaje. Las sociedades necesitan memoriales. No para mártires, no para héroes, no para irreflexivas adoraciones beatas. Memoriales para verse a sí mismas; para no olvidar que el tiempo pasado siempre nos deja lecciones.