Que no haya confusiones: aquí no se trata de opacar el festejo por un par de memorables jornadas que vuelven a consagrar a la Selección y la ubican como una de las mejores del continente. Esa celebración transita por otro derrotero, uno inmensamente más visible, luminoso y rentable que el que se va a empezar a descaminar este sábado, aunque se trate también de la suerte de un representativo nacional.
Ad portas de lo que hace unos pocos años sería el indiscutido acontecimiento deportivo del año, es una pena que hoy abordar el tema parezca algo tan extemporáneo como analizar el desarrollo de los cuartos de final de la Copa Chile. Pero no hay plazo que no se cumpla: este sábado la selección Sub 17 debuta ante Croacia en el Mundial. Lo hará en el estadio Nacional de Santiago -sobre el mismo césped donde se derrotó al poderoso Brasil de Dunga la semana pasada-, uno de los ocho recintos nacionales en los que otros 23 representativos disputarán el mayor certamen internacional de la categoría.
Y también es una vergüenza con todas sus letras porque los organizadores locales, la Federación de Chile, han hecho una promoción lamentable del torneo, como si lejos de relevarlo quisieran sepultarlo. Sí, el mismo certamen que poco más de dos décadas atrás nos entregó una generación de jugadores que se transformó en un fenómeno social y nos proporcionó uno de los resultados más formidables que tuviéramos en nuestra historia futbolística (terceros en Japón ´93), para los directivos chilenos es un espejismo, una entelequia.
Cuando nuestra mirada era más modesta, clasificar a mundiales de menores era una proeza. Acceder a ellos no solo permitía medirnos con equipos del primer mundo futbolístico, sino que también darles roce a proyectos que, casi sin margen de error por la carestía, se convertirían en los representantes adultos. Y ni hablar si teníamos la fortuna que la intocable FIFA se fijara en nosotros para que fuéramos los anfitriones, como sucedió en 1987 con el Sub 20: ya con eso estábamos pagados.
Hoy, por cierto, los estándares han cambiado. Ya no miramos desde lejos a la élite ni añoramos toparnos con las grandes potencias. Participamos del mundo competitivo y nuestra circunstancia es floreciente: somos los campeones de América y líderes en las clasificatorias para Rusia 2018. Dado el contexto, promocionar un Mundial Sub 17 cuyas expectativas de triunfo son nulas, en el que las entradas ni siquiera a un bajo precio se venderán masivamente, donde las figuras locales son unos perfectos desconocidos y en el que las audiencias no llegarán ni a la mitad de lo que marca una teleserie turca, es un pésimo negocio del que nadie se hará responsable ni menos lamentará un fracaso.
Que de fondo esté en juego el recambio generacional de los jugadores que nos tienen flotando en el paraíso es un problema que tampoco nadie asumirá, porque de verdad lo que importa es cuántos tickets venden contra Colombia por las eliminatorias, cinco días después de que termine este enojoso e invisible Mundial.