En su primera novela, El gran hotel (2011), María Paz Rodríguez imagina una historia bastante simple, pero que adquiere volumen contundente gracias a la utilización de un discurso -atractivo para muchos narradores chilenos jóvenes-, donde la linealidad y la simplicidad narrativas son postergadas en favor de estilos en que predominan y campean con colores propios la complejidad y la variedad de registros y recursos lingüísticos. A veces, uno no puede dejar de preguntarse si las necesidades impuestas por la naturaleza del relato justifican realmente tales malabarismos del lenguaje o si estos, por el contrario, responden nada más que a un prurito de novedad y diferencia, ni siquiera de identidad frente a la tradición; a un deseo de romper con el relato lineal nada más porque sí, porque hay que ser contemporáneo y ponerse al día.
Este mismo dilema se vuelve a plantear con la segunda novela de María Paz Rodríguez, Mala Madre . Su argumento desarrolla el motivo de la emancipación femenina que, en este caso, da origen a la historia de una mujer que en la década de los sesenta decide romper drástica y definitivamente con su vida anterior para salir en búsqueda de su independencia e identidad. Amanda Sanfuentes es la hija única de una madre chilena de clase burguesa acomodada y de un general franquista ajusticiado por los republicanos durante la Guerra Civil Española. De regreso en Chile soportará durante su niñez y juventud el peso de una sociedad asfixiante, desaborida, sin horizontes, hipócrita y patriarcal que la encierra y mutila como mujer. Incapaz de seguir sobrellevando este tipo de existencia, abandona a su familia, rompe todos los posibles contactos con ella y huye a Europa; cambia su nombre a María Claro, se dedica al arte y con el paso del tiempo obtiene un puesto de profesora en la Universidad de Iowa después de ganar fama gracias a una instalación artística denominada La Mala Madre/The Bad Mother. Pero a sus setenta y seis años y ya jubilada, la visita de una de sus nietas la enfrentará nuevamente al mundo que dejó atrás.
La novela de María Paz Rodríguez recupera, pues, un motivo que ha dominado en los relatos de la mayoría de las grandes escritoras chilenas de la primera mitad del siglo XX, pero cuyas raíces se encuentran anticipadas en textos de figuras más lejanas, como los de Rosario Orrego, que defendía el derecho de la mujer a emanciparse intelectualmente gracias al acceso a la educación, o de Teresa Wilms Montt, cuya familia la encierra en el convento de la Preciosa Sangre en castigo por adherir a los ideales feministas de la época y a la libertad de la mujer para expresar la verdad de sus sentimientos más íntimos. El contenido ideológico del motivo es, sin duda, revitalizado y puesto al día con pericia en el texto de Mala Madre , pero me llama la atención la excesiva complejidad formal con que es desarrollado. La novela se divide en dos partes principales y un epílogo. La segunda es una refracción de la primera que entrega un ordenamiento más cronológico de las informaciones y alusiones insertas en el discurso de la primera parte o en las conversaciones que tienen lugar entre María y su nieta Adela. Pero es común a las dos partes evadir la linealidad del relato mediante saltos en el tiempo o la utilización de una serie de recursos de composición similares: la alternancia de diferentes voces y puntos de vista narrativos con fragmentos que revelan la conciencia interior de María Claro, con trozos de correspondencia epistolar, o con capítulos que son denominados "películas".
Tal énfasis en la forma del discurso es injustificado y además, afecta adversamente al desarrollo de un conflicto narrativo que de por sí ofrece interés y actualidad. Así como lo cortés no quita lo valiente, un discurso más lineal podría colaborar con mayor efectividad al propósito de esta novela.