Nada fácil resulta, sin duda, la gestión patrimonial de un museo; más todavía si este pretende mostrar la historia entera de las artes visuales en Chile. Por eso, el criterio empleado para enriquecer su patrimonio constituye una empresa dificultosa y más aún cuando se trata de aceptar obsequios de obras de los propios artistas. Los efectos de esas circunstancias podemos apreciarlos en una visita a la Sala Chile del Museo Nacional de Bellas Artes. Se exhiben ahí las más recientes donaciones y adquisiciones de arte contemporáneo que tan importante institución últimamente ha gestionado. Por desgracia, la totalidad de ellas no alcanza en igual medida el honor de acrecentar sus caudales cualitativos. Veamos por qué. Desde luego, un buen número de obras sí merecen esa distinción. En primerísimo lugar, un grabador y un fotógrafo. Así, los collages y grabados sobre papel del gran Juan Luis Martínez ofrecen una intensidad expresiva admirable.
Corresponden a dos polípticos de temáticas diferentes, ejecutados durante los años 70. Ambos aluden al lenguaje. Uno, sobre la base de viejas estampas descoloridas, halla en la moda su punto de partida. De esa manera, sobre ejercicios de geometría como escenario se han sobrepuesto vestimentas femeninas de otra época, intervenidas por elementales y enigmáticos círculos blancos. A través de tales materiales crea el artista ámbitos sutilmente fantasmagóricos y, no sin ironía, una visión alienada del ser humano, muy del sentir de nuestros días. Las vocales de Rimbaud resultan un trabajo aún de mérito superior. Mediante variaciones del retrato reiterado del poeta simbolista, que sufren incisiones con letras y nombre de colores, no solo logra notable visual hermosura, sino que parece penetrar el alma individual de aquel niño maldito.
Sergio Larraín es el fotógrafo. En blanco y negro, su serie de 1963 capta rincones inhabituales de Valparaíso con excelencia técnica y a través de una mirada que sabe soñar e impregnar de hondo lirismo la realidad más marginal y cotidiana. Apreciamos entonces, entre siete temas distintos, el dinamismo vertiginoso de una escalera descendente o de una vereda que se curva hasta llevarla a los límites de lo reconocible, la dramática presencia del perro y de cuatro figuras humanas a lo lejos, el costumbrismo encantador de la lectora a los pies del monumento público. Un segundo fotógrafo esta vez nos sorprende, Luis Poirot. Asimismo sin color y de un modo serial, entrega ramas florales marchitas: todo lo contrario a lo que uno espera en la representación de una flor. Y realiza esta interesante Ephemera (2014), alejada de cualquier ingrediente anecdótico, sobre la base del contrapunto duro, pero eficazmente funcional, con un parejo y desnudo fondo blanco. Aunque sin la feroz carga sensual del mismo asunto que ofrece Mapplethorpe, nuestro compatriota en alguna medida lo recuerda.
También los pequeños collages sin fecha del escritor Braulio Arenas convencen por entero. Si bien dentro la línea surrealista de Ernst demuestran una imaginería personal y un sentido fino del humor. De sus tres láminas, Mujer y Perro se imponen por una inventiva grotesca. Es de hacer notar el montaje de las obras: un paño negro que integra los reflejos sobre él del cubo transparente que encierra el conjunto. Frente a los autores anteriores, el collage y grabado de Ludwig Zeller, de 2012, deja ver una personalidad menos acusada y un argumento confuso. Tampoco nos llega con claridad suficiente lo que Sybil Brintrup nos quiere transmitir a través de su video del personaje que emite vocalizaciones sobre un entorno ocasional de ovejas australes; sí atrae la corrección plástica de sus maquetas para el libro Los romances (1995).
La trágicamente fallecida Angélica Pérez propone un par de cajas cuyos compartimentos encierran la presencia directa de bolsitas usadas de té, mientras las ilustraciones de libros de Guillermo Frommer (2006-2007) no van más allá de una figuración feísta de terror convencional. A Norton Maza ha incluido en su colección por intermedio de dos impresiones fotográficas lambda que provocan un primer efecto de pinturas. El barroquismo de sus visiones de abigarrada exuberancia se defiende mejor en el más unitario y mejor equilibrado trabajo monocromo de 2009. Dentro de la presente selección llama ante todo la atención el que esta se haya fijado en una pintura- collage de tan escasos méritos, como el lienzo del español de Javier de Villota. Al respecto, su comparación con nuestro José Balmes resulta abrumadora.
Donaciones y adquisiciones.
Tránsitos entre palabra
e iconografía. Disparejo conjunto donde algunas obras no parecen suficientemente dignas del principal museo del país
Lugar: Museo Nacional de Bellas Artes
Fecha: Hasta el 15 de octubre