Curioso que la frase "¿por qué no me contaste?" se diga tan seguido entre las amigos/as y las parejas.
En una conversación entre psicólogos y psiquiatras sobre cómo integrar a Dios en la terapia en un país tan católico en sus normas y tan asustado del castigo, un señor ya mayor intervino diciendo que, si bien él es agnóstico, comprendía por qué los hombres necesitan a Dios. Si la soledad es el principal dolor del hombre, fue necesario inventar un alguien que nos conozca enteros. Dios está en todas partes, es omnisapiente, todo lo ve, todo lo sabe. O sea, puedo esconderle al mundo muchos aspectos míos, pero si creo en Dios tengo resuelto el problema existencial más grave: mi soledad.
Si aceptamos que nos hace bien ser conocidos por otro, podemos aceptar que también queremos conocer enteramente al otro. Al más intimo, a la pareja, a las amigas, a los hermanos. La intimidad que buscamos se relaciona con ser "entero tuyo y tú entera mía" como dirían en las viejas telenovelas. Esta añoranza existencial se hace cada vez más difícil si reconocemos que cada vez hay más defensas ante la intimidad y la verdad. A mayor norma social y mayor necesidad de pertenencia, mayor defensa de esos aspectos que podrían hacer que me rechazaran. En otras palabras, tal vez añoramos ser conocido por otro, siempre que seamos también aceptados como somos.
Y ahí surge el problema. Me parece que se trasladó la necesidad de ser conocido a ser dueño de la privacidad de otro. Es como querer ser un poco Dios con otros, pero que nadie lo trate de hacer conmigo.
Es preocupante porque cada vez más, la intimidad parece ser un peligro. ¿Mi ex marido le contará a su actual mujer de mí, de mis confidencias más personales? Mi amiga que ya no lo es tanto, ¿contará mis secretos?
Sea por miedo, sea por sentido de realidad, la privacidad es un valor cada vez más fuerte en nuestras sociedades. Y en el otro extremo están las ganas de conocer y ser conocido. Imposible hacerlo bien.
Creo que lo privado tiene un valor profundo en la identidad. Yo no soy lo que cuento, no soy la amiga que abre su corazón ni la pareja que lo confiesa todo desde que nació hasta que conoció a la gran amiga o al gran amor. Nunca podremos ser transparentes del todo con otro.
O sea, el amor es con soledad y no es un libro abierto. Si no somos Dioses, seamos hombres sin temor a aceptar que por más cerca que yo esté de alguien, hay aspectos y momentos de su vida que nunca serán míos. Es una resignación a cierta soledad, pero también es una afirmación de mi identidad y una protección a la falta de valor de lo privado que ha surgido, tal vez porque nunca estuvimos tan solos.