La emigración de sirios, iraquíes y libios a Europa no es un fenómeno ajeno ni nos puede resultar indiferente. Proceden de países occidentalizados que, al igual que nosotros, se debaten entre el pertenecer y no pertenecer a ese mundo cultural. La configuración espiritual de sus clases medias y élites estuvo estrechamente ligada a Europa, tanto que sus lenguas les eran propias. Y si se revisan sus declaraciones políticas, textos constitucionales y organización de sus gobiernos, la impronta occidental es clarísima. De partida, muchos de ellos se declaran democracias.
Es más, en ellos campean las ideologías occidentales: el nacionalismo pan-arabista y socialista. Combinación trasnochada que conocemos. A esto se les une, en muchos de ellos, y sobre todo los más drásticos en su islamismo, un clericalismo que pretende ser un rasgo sustantivamente diferenciador. Clericalismo que, en nuestro continente, fue desterrado en el siglo XIX con la pugna por constituir Estados puramente laicos. En resumen, democracias populistas socialistas. Comienza a percibirse el aire de nuestro barrio.
Es el de los países del Alba y Argentina; el que asoma en Brasil y despunta en Chile. Pero acá aún los gobiernos no disponen la obligatoriedad de las tenidas gauchas, llaneras o andinas: no cuentan con un respaldo pretendidamente sacral de curas y obispos que señalen la necesidad de esas ropas para entrar al cielo. Pero ganas no les faltarían a muchos de ellos para vociferar desde los púlpitos.
Una diferencia importante es que en Arabia el dinero del petróleo ha sido más abundante y constante que el de la agricultura y la minería en nuestro continente. Pero allá, igual que acá, los despilfarros populistas izquierdistas minaron la estabilidad social y cercenaron las oportunidades para el desarrollo. Y ahora, para sobrevivir, esos grupos medios tienen que "revestirse" de árabes, mientras que la población más modesta ha quedado reducida a la miseria.
El actual desenlace en el extremismo islámico no es extraño. Menos aún si de por medio han sufrido la insólita y extemporánea interferencia norteamericana con sus brazos europeos. El éxodo de esos pueblos tiene antecedentes bíblicos: los dominadores de cada momento los llevaron prisioneros a sus tierras para realizar las labores más pesadas. Hoy parece repetirse analógicamente esa historia milenaria. La Nueva Mayoría quiere meter a Chile por ese atajo. Iraquíes, sirios y libios nos muestran el final de ese camino.