Martín Lasarte y Universidad de Chile están viviendo un funeral anticipado. Los más enterados aseguran que el técnico se va a fin de año, de ahí que el nombre de Sebastián Becaccece aparezca en primera línea para reemplazarlo, y el club corre prácticamente descartado como candidato al título después de invertir muchísimo dinero para armar el plantel más poderoso del fútbol chileno, por lo menos en nombres.
Cuesta no leer el presente azul como un fracaso rotundo. Tal vez la estadística todavía sea insuficiente como para tratar el estado de situación tan drásticamente (recién el martes perdieron su invicto en el torneo), pero las expectativas que todo el cuerpo directivo generó a comienzos del Apertura no están ni cercanas a la realidad. Esta Universidad de Chile es incapaz de satisfacer incluso al más rústico de los hinchas, aquel al que solo le interesa ganar sin importar cómo juega el equipo.
Pese a probar diversas formaciones y dibujos tácticos, Lasarte no ha dado con la fórmula, aunque cuenta con el principio básico: un plantel que a nivel local es altamente competitivo. El problema parece sustentarse en la elección técnica: el DT ha confiado el peso futbolístico en hombres que están en un nivel tan discreto, que incluso hace que los más suspicaces duden de la rectitud de varios: ¿juegan mal a propósito, o realmente se les olvidó cómo se marca en bloque o de manera individual, cómo se achica la cancha o se ensancha hacia los costados, cómo se presiona la salida o se repliega escalonadamente, ¡cómo se defiende y cómo se ataca!? Contra Antofagasta, Palestino y Audax, en varios pasajes la U se vio como un equipo amateur, con jugadores aficionados. Y no nos engañemos: por más erráticas que sean las indicaciones, tampoco la culpa es exclusiva de un nublado entrenador.
Si al problema futbolístico real se le adosa uno que ronda hace semanas en la prensa, que ocupa espacio pero no está empíricamente probado, como es el de la ascendencia o credibilidad del guía ante el grupo, Lasarte no tiene vuelta. Y como suele acontecer que los enredos de un equipo en la cancha se transfieren al camarín, la conclusión es que este ciclo técnico puede darse por terminado, aun cuando en Copa Chile las opciones sigan "intactas", y que lo más eficiente es empezar a pensar en el del próximo año.
Queda la incógnita -secundaria pero válida, por cierto- de saber si Lasarte, un entrenador con una retórica lúcida y una claridad conceptual que se extraña mucho en otros y que ya quisieran tener varios más, se dio cuenta de lo que ocurría alrededor, y optó por una voluntaria contemplación o si intentó dar golpes de timón lo suficientemente fuertes que terminaron generando indisolubles anticuerpos en el sector directivo y en el grupo de jugadores. Lo evidente y doloroso para los azules es que de aquel entrenador que hace menos de un año conquistó un título con una sólida y celebrada Universidad de Chile sólo quedará la pura buena memoria.