El viernes, en la sala CA 660 de CorpArtes, Josep Vicent, a estas alturas regalón del público santiaguino, condujo a la Orquesta Sinfónica de Chile en un variado programa: Ravel, Gershwin y Scriabin. Para todos los gustos.
Poner a Ravel junto a Gershwin no tiene nada de antojadizo. Conocida es la admiración recíproca que se profesaban y Ravel hizo más de un guiño al jazz (Concierto en Sol para piano, Sonata para violín). Del francés se oyó su archipopular "Bolero" y del americano, su no menos archiconocida "Rhapsody in Blue".
El "Bolero", por más oído que esté, nunca deja de producir profunda impresión. El despliegue inaudito de colores instrumentales, en empastes y combinaciones inéditas, configura una cátedra de técnica orquestal. Todo esto sobre una base rítmica obstinada e hipnótica que exige precisión quirúrgica. Dicha precisión fue excelentemente servida por el percusionista Gerardo Salazar, que desde la apertura de la obra reveló absoluto dominio y control. No fue buena la idea de situarlo delante de la orquesta, como si fuera un solista, pues desde esa ubicación, el implacable esquema rítmico no permitió, en numerosos pasajes, una real coordinación en la respuesta de la orquesta. Hubo también varios percances menores en los solos de vientos y faltó graduación de la tensión acumulativa que es esencial en la pieza.
A veces el jazz se pone corbatín y procura una asociación con el mundo "docto". El resultado es un híbrido atractivo y eso es la "Rhapsody in Blue", donde junto a los ritmos sincopados emerge la vena genial del lirismo de las songs de Gershwin. El pianista español Ricardo Descalzo fue un solvente solista, pero el acompañamiento orquestal sonó grueso y falto de swing . Descalzo ofreció como encore la Sonatina opus 100 del ucraniano Nikolai Kapustin, que le quedó como anillo al dedo.
Acorde "místico", efectos sinestésicos y discurso de gran originalidad, son los ingredientes de "El poema del fuego", de Scriabin, obra en que la orquesta por fin pareció sentirse a sus anchas en una versión convincente y con momentos de gran calidad a lo que contribuyó la excelente participación del pianista Alexandros Jusakos y la Camerata Vocal de la Universidad de Chile (director: Juan Pablo Villarroel).
Para terminar, una sorpresa. La orquesta repitió la sección final del "Bolero" y la Camerata interpretó a cappella , conmovedoramente, "Serenity (O magnum mysterium)", del noruego Ola Gjeilo, que dejó al público en estado de contemplación.
Si hubiera habido un programa, el público se habría enterado de que la tercera obra era de Scriabin y por qué la sala se llenó de colores.