Para todo cuanto sucede en las calles uno tiene explicaciones relativas, contextos en los cuales meter los sucesos cotidianos, incluso aquellos que pueden parecer extravagantes. En general, la vida común funciona según parámetros de verosimilitud que todos conocemos sin formularlos demasiado.
Saliendo de un bar en la noche vemos a los transeúntes nocturnos pasando a su ritmo habitual, y de pronto, entre ellos, antecedidos por gritos, viene gente corriendo: uno, dos, tres, cuatro, cinco tipos. Pensamos primero que se trata de un lanza a chorro perseguido por entusiastas de la detención ciudadana, o que en un paradero de las inmediaciones está a punto de irse la última micro hacia un lugar lejano, o finalmente que no son sino ebrios improvisando una carrera. Como sea, encajamos la escena en alguno de estos casilleros y volvemos a lo nuestro.
A veces, no obstante, esta especie de armonía básica de la cordura se rompe, particularmente cuando lo que vemos no debiera estar ahí. Los surrealistas les dieron a las coincidencias un sello más real que el de la realidad consensualmente entendida. Sin duda, exageraban. Meterse con la realidad es complicado, y uno corre el riesgo de incurrir en falacias.
En varias ocasiones me ha tocado protagonizar -o testificar, más bien- hechos de naturaleza sincrónica: leves desajustes en la continuidad permanente de la vida, leves signos de que no vivimos "hacia adelante" -tal como metaforizamos el tiempo-, sino en un plano que podría estar hecho de espirales, caminos de vuelta, espejos. No se trata de nada histórico, sino de signos leves.
Hace años, dirigiéndome a la consulta de la psiquiatra, me subí a una micro en Providencia. A las dos cuadras la micro dobló a la izquierda por Luis Thayer Ojeda y me abalancé muy agitado a la puerta delantera para bajarme. Yo andaba trayendo mis cosas en una bolsa azul con una imagen del ratón Mickey, un objeto absurdo en manos de un adulto. Al intentar bajarme me trabé con una señora que intentaba subir. Tuvimos que apretujarnos para que cada cual lograra su objetivo, y lo que me abismó fue darme cuenta de que ella llevaba una bolsa exactamente igual a la mía. Era un mensaje, me dijo alguien, posteriormente. Sí, ¿pero un mensaje de qué?
Pensé en estas cosas porque hace un par de noches, caminando por la misma esquina, que estaba bastante oscura y sola, divisé una silueta humana inmóvil en la vereda. Pasé por su lado sin mirar, y de repente una garra me sujetó con violencia del brazo. Era una mujer vieja, renegrida, con un reboso de harapos, con ojos "como carbunclos". Me miró con odio y me gritó muy cerca de la cara cosas en un idioma que no parecía de este mundo. Me solté de un tirón y me alejé rápido. La veterana no se movió de su punto en la vereda. Realmente no sé de qué se trató el episodio. Podría haberlo soñado. En todo caso, quedaría muy bien como comienzo de una película de terror.