Nelson Acosta debió haberse retirado a sus cuarteles de invierno hace unos años. A gozar de sus triunfos, que no son pocos; de sus ahorros, que son muchos; de la familia, que lo quiere en casa y no al borde de una cancha dando indicaciones a jugadores desobedientes y limitados, y de los años que le quedan sano y cuerdo.
Acosta ya bastante hizo por el fútbol chileno, aunque a muchos les disguste su conservador estilo futbolístico y hoy por hoy renieguen del sello de juego que les imprimió a los equipos que dirigió y que en su momento sí aplaudieron a rabiar. Guste o no, el uruguayo entró hace mucho rato en la historia de nuestro deporte por la puerta que corresponde y a la hora de los balances históricos su nombre seguirá apareciendo en el de los rendimientos destacables, sobre todo en los de la selección.
La historia más profunda, la que se desprende de los meros números, representará a un entrenador controvertido, ladino, amigo de sus amigos y desconfiado de todos los demás; protagonista de decenas de enfrentamientos con periodistas y vetos a la prensa, porque según su interesada versión lo tergiversaron, malinterpretaron, engañaron y confundieron; que tuvo serios problemas con la disciplina interna de sus equipos, que más de una vez se le quiso sin resultado involucrar en el negocio de contratación de jugadores; que entrenaba poco pero que sacaba rendimiento y, ¡cómo no!, que tuvo más suerte que cualquiera de sus otros colegas más estudiosos y trabajadores.
Nadie más que Nelson Acosta sabe por qué razón desde hace varias temporadas sigue exponiéndose en lugares donde lo más probable es que su carrera se deteriore sin remedio. Y si bien la respuesta sólo la tiene él, claramente la trayectoria del personaje se merece un final más digno, uno muy distinto al de ese indefenso veterano de mil batallas que tuvo que desandar un pasillo infernal, amenazado por fanáticos ingratos y maleducados que vociferaban puras estupideces y escoltado por otro grupo de reporteros que con sus "preguntas" manifestaban tanta indignación como los hinchas.
Pero el fútbol es presente y está en Acosta asumir si Iquique fue la última estación. Es poco el margen que seguramente le quedaría como para irse en la cima en caso de que acepte una nueva aventura, pero por respeto a su propia trayectoria lo que vivió en el norte no puede ser su despedida del fútbol.