Del mismo modo que para poder curar una enfermedad es esencial saber, ante todo, cuál es la enfermedad de la que padecemos, así también para sanar a una sociedad de un mal que la aqueja es preciso primero comprender el género de mal que es. Ese es el tipo de argumento -la peste que asolaba Tebas- que lleva a Edipo a enfrentarse con su trágico destino: el culpable era él mismo. Es un símil peligroso por las eventuales catastróficas consecuencias que fluyen de otro símil anterior, no menos temerario, en el que primero se basa: el Estado (la polis) es como un hombre grande. La idea de "corrupción", un ejemplo no menor, es un préstamo que la teoría política hace de la biología, porque, en rigor, solo los organismos vivos son corruptibles y la noción, en otras épocas influyente, de que la comunidad política posee un alma, un espíritu nacional, es otra audaz extrapolación fértil en equívocos doctrinales.
La sociología contemporánea aplica, desde luego, otros modelos teóricos para explicar el "malestar social", la enfermedad de la polis, pero en cuanto a la secuencia, sigue siendo la misma de antaño: al parecer de lo que dicta mi propia experiencia (en este ámbito, por desgracia, ya abundante), el diagnóstico precede al tratamiento en el caso de una persona tanto como en el de una colectividad. Todos hemos sido testigos (y, no pocas veces, víctimas) de los palos de ciego dados en un ámbito a raíz del error en el primero y sospechamos que lo mismo ocurriría en el otro. Los políticos -y, sobre todo, los políticos que gobiernan- deberían, por lo tanto, preocuparse de alcanzar diagnósticos adecuados si quieren lograr políticas sociales eficaces, sometiendo esos diagnósticos a una revisión constante.
La política requiere estudio, pensamiento, crítica. Creo que sin ese alimento la política deviene en ideología, una simplificación utópica y, no, en cambio, ese tanteo modesto, un procedimiento de ensayo-error, abierto a la flexibilidad. El diagnóstico rígido, no sujeto a rectificación, en ciencias sociales es como si en ciencias exactas se insistiera con tozudez en la vigencia de un programa científico refutado experimentalmente.
El malestar con "el modelo" es la conjetura que dio lugar a un grandioso relato gubernamental, proyectado en un programa monolítico. Sería hora, todavía es hora, para que la mayoría, empezando por la Presidenta de la República y líder de esa mayoría, pudiera rectificar ese errado diagnóstico, origen de tantos desatinos. Los chilenos, lejos de estar molestos con "el modelo", quieren participar de sus beneficios al máximo y con el menor esfuerzo posible, incluso recurriendo a la deshonestidad. Y ese es un problema moral.