"Está mal matar al padre. Por eso mandó a otros a hacerlo". Así se lamentó Jean-Marie Le Pen por la expulsión de su propio partido, el Frente Nacional, dirigido por su hija Marine. La pelea entre padre e hija tiene una larga historia, y parte casi del momento cuando ella tomó el liderazgo del FN, en 2011.
No sé si es un clásico complejo de Electra, y si los psicoanalistas estarán de acuerdo en que en este momento Marine salta a la vida adulta al romper con su padre, con quien compartió el ideario político por años, y la casa paterna hasta que el doberman de Jean-Marie mató al gato de Marine, hace casi un año. Desde antes del asesinato gatuno, Marine daba muestras de creciente alejamiento -si no de las ideas- de las actitudes y declaraciones del fundador del FN.
Marine, una mujer de 47 años, empeñada en hacer respetable al partido y modernizarlo, no podía tolerar declaraciones inaceptables y ofensivas de su padre, como que las cámaras de gas de los nazis eran "un detalle de la Historia", o que el ébola ayudaría a terminar con la crisis migratoria, y peor aún, que "la homosexualidad no es delito, pero constituye una anomalía biológica y social". La hija debía darle al FN una forma apropiada al siglo XXI, y moderando el mensaje xenófobo y proponiendo políticas concretas sobre inmigración logró saltar en las preferencias de los franceses, al punto de tener un excelente desempeño en las últimas elecciones europeas y estar hoy en primera línea para las presidenciales de 2017.
Las revueltas de los "indignados", las protestas contra las políticas de austeridad en la Unión Europea y el surgimiento de movimientos como Podemos en España o Syriza en Grecia le dieron la pauta a Marine de hacia dónde debía ir. El populismo sería el nuevo envase en el que envolver el viejo partido creado en 1972. Y Marine se sumó alegremente al discurso antiglobalizador, en contra del euro e incluso de la pertenencia a la Unión Europea. Desde luego, está en contra de la libre circulación de personas, y pretende buscar una nueva forma de controlar las fronteras de Francia.
Nada de eso puede ser del gusto de Jean-Marie, quien cada cierto tiempo arrecia con críticas a su hija. Ahora la disputa seguirá en la justicia, donde ya el veterano político ha logrado antes retener su cargo de presidente honorario. Marine se dispone a ganar la presidencia regional de Calais, que está en el centro de la polémica por los campamentos de ilegales que quieren colarse a Gran Bretaña.
En qué terminará este conflicto político-familiar no se sabe, y tampoco importa mucho. En realidad, lo crucial es que los franceses tengan otros candidatos más adecuados entre los que elegir al próximo presidente, y que no sean de la extrema derecha.
El caso de Le Pen recuerda a otra hija de político que debe sobrellevar la carga del padre. Keiko Fujimori es la favorita en Perú, para 2016, y la duda está precisamente en si "matará al padre" o se jugará la elección prometiéndole un indulto.