La arquitectura residencial chilena evolucionó poco durante los primeros siglos de nuestra historia como nación, y podemos hacernos una buena idea de lo que era una casa urbana o rural colonial visitando algunos de los ejemplos que sobreviven desde el siglo XVIII en adelante, la mayoría declarada monumento nacional, de manera que han logrado salvarse no solo de catástrofes sino también del impulso modernizador.
Dispersas por el valle central y ocasionalmente incorporadas a la ciudad, las casas patronales son conjuntos extensos que compartían funciones agrícolas con residenciales, sirviendo, además, como centros de desarrollo cultural y espiritual para el inquilinaje. En los valles desde el río Elqui hasta el Maule hay numerosas casonas del latifundio colonial, dignas de visitar. En pleno Santiago se conserva, entre otras, la de la hacienda Lo Contador, hoy Universidad Católica, cuyo cuerpo principal en alquería data de alrededor de 1780, y que incluye habitaciones, bodegas y una capilla organizadas en corredores en torno a un exuberante jardín interior, cruzado por una acequia y con un pozo al centro, elementos que evocan el sincrético linaje romano y morisco que heredamos, hecho en tierra, por la vía de Andalucía.
Por su parte, el modelo de casa solariega, en calles empedradas y estrechas, se mantuvo en la manera de construir las ciudades chilenas hasta bien entrado el siglo XIX, y aún quedan vestigios de esta tipología en numerosas zonas urbanas, con fachada continua, en baja altura y con una sucesión de patios hacia el interior de la manzana (si bien hoy estos barrios están desapareciendo rápidamente para dar paso a una ciudad por completo distinta, densificada mediante edificios aislados y de gran altura). Las principales ciudades chilenas conservaron inalterada su fisonomía colonial hasta que una rápida expansión económica, gracias a las riquezas del salitre, junto a nuevos conceptos urbanísticos procedentes de Europa y los adelantos de la Revolución Industrial, propiciaron transformaciones radicales y a gran escala. Podría decirse que, al menos en Santiago, la Colonia llegó a su fin anímicamente en 1888, con la demolición del puente de Calicanto, obra pública monumental -tal vez la más importante y querida en toda la historia de la ciudad- construida sobre el río Mapocho e inaugurada en 1780. Fueron precisamente las labores de modernización de Santiago, que incluyeron la canalización del río en su paso por el casco histórico y el consiguiente relleno de sus orillas, las que dieron pretexto a las autoridades de la época para demoler la fabulosa construcción, de doscientos metros de largo y nueve sólidos arcos de sillares y albañilería, pese a los sentidos lamentos del público.
hoy estos barrios están desapareciendo rápidamente para dar paso a una ciudad por completo distinta, densificada mediante edificios aislados y de gran altura.