Cuenta la historia que Cincinato, después de estar en el poder en la antigua Roma, decidió abandonar la política y volver al campo. Se transformó así en un ejemplo de espíritu cívico. Pero en momentos en que el futuro de la república estaba en peligro y amenazado, ¡y cuando tenía 80 años!, lo fueron a buscar a un campo que debe tener un cierto parecido con Caleu. Cincinato no titubeó, dejó el arado, y aceptó volver al poder. Mal que mal, su capacidad intelectual y su vigor físico estaban intactos, y -lo más importante- "amaba demasiado a Roma".
Paradójicamente, la historia se puede repetir casi calcada. A diferencia de Cincinato, eso sí, Lagos está haciendo lo posible para que -como dicen los futbolistas- "las cosas se den". Y parte de aquello es lo que hemos visto en la última semana.
En su registro está el haber sido un gobierno que probablemente está en el top ten de la historia de Chile. Un gobierno que pese a algunos errores, fue modernizador y, sobre todo, mostró que un socialista puede gobernar en Chile con responsabilidad, autoridad y moderación. Atributos que hoy cobran un especial valor, ante lo que ya se puede catalogar como el fracaso de Bachelet II.
La primera arremetida de la semana fue su irrupción en La Moneda. Las críticas se centraron en haber aparecido en momentos en que Bachelet no estaba. Pero la verdad es que poco importa si la Presidenta estaba sentada o no en su escritorio del segundo piso. La ausencia de Bachelet va más allá de un tema físico. Y el protagonismo de Lagos solo se explica en esa lógica.
Su segunda irrupción fue mucho más profunda. Se trató de la entrevista dada a "El Mercurio", donde el ex Presidente no solo reflota el espíritu de la antigua Concertación, sino que desnuda los peores defectos de la propia Mandataria. El famoso dedo de Lagos puesto derechamente en la llaga, en al menos en tres ocasiones.
Lo primero que hizo fue anunciar que la gente le pide que vuelva a poner orden. ¿A qué se refiere Lagos? ¿Dónde está el desorden? ¿Quién es el responsable? La crítica no puede estar en otra parte que no sea en la propia Bachelet.
Luego comparó el caso Caval con el de Inverlink, afirmando que "se demoró solo una hora" en sacar a su yerno. Siempre se ha dicho que las comparaciones son odiosas, pero en este caso son especialmente odiosas.
Finalmente entró de lleno a la popularidad, encargándose de recordarnos que él nunca bajó del 40%. Para peor, ninguneó los dichos que una semana antes había expresado la Presidenta (respecto a que más allá de las encuestas, percibía el apoyo de los chilenos por la cantidad de gente que buscaba sacarse fotos con ella), diciendo simplemente que "a todo señor que aparece seguido en la televisión le piden sacarse fotos".
Más allá de las repasadas a Bachelet, Lagos lo que está intentando hacer es reflotar el espíritu de la vieja Concertación. Y mientras algunos pensaban que el "nuevo ciclo político" había logrado enterrar para siempre el estilo autoritario y en ciertos momentos mesiánico de Lagos por no estar acorde a los tiempos, él se encarga de decir lo contrario.
Y va más allá.
Lagos vuelve a hablar del "esfuerzo personal". Dice que "Chile nunca ha hecho locuras en su historia" y trata de populista al español Pablo Iglesias (referente de muchos "nuevos mayoristas"). Cuando habla de delincuencia, habla de Carabineros, y no de desigualdad. Cuando habla de profesores, critica la cantidad de horas no lectivas, corazón del proyecto. Cuando habla de educación, dice que habría partido por la educación pública. En fin. Donde se ha pintado de blanco propone negro. Donde se ha hecho A propone Z.
La pregunta es si Lagos tiene plataforma para volver. Y la respuesta no es para nada clara. Un amplio sector de la derecha, que en su momento fue durísima en la evaluación de su gobierno, hoy ve en él la salvación de Chile. Pero ello no es suficiente. De hecho, Lagos percibiendo el mismo diagnóstico se encarga de aclarar que no quiere ser como Alessandri, que volvió de manos de la derecha al poder. Aunque en política una alianza nunca puede ser desechada a priori.
Lo que sí es claro es que la candidatura de Lagos por parte de la Nueva Mayoría sería el emblema del fracaso del Gobierno. Sería retroceder. Sería enterrar la retroexcavadora. Sería despertar del sueño de la utopía, de la resaca de la borrachera.
Es difícil también que Lagos esté dispuesto a exponerse a los sinsabores de una campaña interna. Mal que mal, Cincinato no tuvo que ir a primarias a sus ochenta años. Por lo tanto, la única chance de Lagos está en las encuestas. Que lo muestren, que lo posicionen, que lo catapulten. Pero ello tampoco es tan obvio.
Es probable que Lagos siga ahí. Atento y vital. Siguiendo el curso de los acontecimientos. Como una reserva en caso de ser necesario. Como un barco listo para internarse a la mar. Y, lo más importante, manteniendo vivo el sueño de volver para poder entonar la frase que Cincinato pronunció durante su segundo mandato: ¡El Estado se ha salvado!