La añeja controversia por la distribución de los dineros de los derechos de televisión ha vuelto a ser tema, esta vez, como la mayoría de las otras, porque los clubes que no son grandes (pero que piden y en algunas ocasiones operan como si fueran) quieren una distribución "más equitativa". A propósito de varios factores: sentirse menoscabados, creerse más importantes, ver que el dinero no les alcanza para generar rentas o suponer que podrían ganar más de lo que ya obtienen por el solo hecho de jugar en la máxima categoría.
Al revés de lo que suele argumentarse en contra de Colo Colo, Universidad de Chile y Universidad Católica, que por cierto cumplen su papel de actores dominantes con bastante eficiencia, alguna vez sería productivo analizar qué están haciendo o han hecho el resto de los clubes para adjudicarse una mayor porción en la repartición de los fondos fijos y de los excedentes que deja el lucrativo negocio del CDF.
Es fácil argumentar que los "grandes" tienen mayores posibilidades de crecer y progresar porque son beneficiados con la entrega de mayores recursos, ya sea por marca, convocatoria, rating , publicidad o generación de capital propio, como también es cómodo sostener que las barreras de entrada que impone el sistema y las condiciones del mercado nacional complejizan altamente alcanzar las mismas cuotas de poder negociador que poseen Colo Colo y las universidades. Pero hace largo tiempo que las propuestas de los clubes se han ido diluyendo en un marasmo de contradicciones entre el querer y el poder ser.
Salvo el excepcional esfuerzo de O'Higgins por consolidar un proyecto que no se quede empantanado en un logro deportivo esporádico, las demás instituciones solo transmiten un interés miserable por recaudar hasta el último centavo que les dé la televisión y exprimir las ganancias que deja ese fenómeno comercial llamado selección nacional. Los que hasta hace unos años eran considerados clubes en vías de desarrollo, como Huachipato, Wanderers, Unión Española, el mismísimo Cobreloa, parecen haber perdido la ambición por construir su "imperio" y emprendieron una nivelación en descenso, hacia los que viven pensando en darle el palo al gato con una transferencia millonaria de un portento de las divisiones inferiores o en "rajarse" con una campaña extraordinaria que pille a los grandes en un ciclo negativo y les posibilite jugar un torneo internacional. Para qué hablar de las instituciones de Primera B, cuyo gran y único incentivo para ascender es el botín que recibirán por jugar en la A aunque sea una temporada.
Es un poco obvio -y simple- concluir que en la revisión de los criterios de repartición el ítem "deportivo" amerita tener una mayor participación que la actual para fijar los montos de la distribución de las platas. Pero en el fútbol chileno no siempre el buen criterio se debe asociar a una interesadísima percepción de justicia de la mayoría. Sobre todo cuando esa gran mayoría vagabundea a la espera de que caigan unas monedas.