Durante el último medio siglo, el peso relativo de la industria manufacturera (IM) ha caído en Chile y afuera. Esto es consecuencia de la menor demanda por bienes y mayor demanda por servicios, que ocurre cuando los países se desarrollan. Además, la cuarta parte de la industria mundial se ha desplazado a China durante el último cuarto de siglo. Y Chile se ha abierto desde 1974 a la competencia mundial, con lo cual muchas industrias no competitivas han desaparecido, abriendo espacios al desarrollo de los sectores primarios y subsectores industriales con mayores ventajas comparativas.
No obstante estas tendencias mundiales, la desindustrialización de Chile es alarmante: el peso de la IM equivale hoy a solo el 10% de nuestro PIB. Y sigue disminuyendo: mientras el país crece a un 1,5% anual desde mediados de 2013, la producción industrial crece a tasa cero.
¿Qué explica el desempeño particularmente malo de la IM? Hay tres factores estructurales y tres factores coyunturales, todos ellos internos a Chile (pero externos a la IM), que explican el estancamiento industrial chileno.
Primero, el alto costo de la energía, que inhibe más a la IM que a otros sectores. Desde comienzos de los 2000 una tormenta perfecta azota al sector energía en Chile: corte de gas argentino, más sequías, más crecientes restricciones ambientales, más oposiciones locales a nuevos proyectos. Ello explica que el costo de la energía ha aumentado desde 25 USD/MWH (2003) hasta 110 USD/MWH en la última licitación del SIC.
Segundo, la baja productividad laboral. La industria (y todo Chile) sufre por la mala calidad de la educación técnica secundaria y terciaria; la mala capacitación laboral subsidiada por el Estado; el mal matching entre las especialidades técnicas enseñadas y las que demandan las empresas, y las restricciones legales a la inmigración de técnicos calificados y a la contratación de trabajadores calificados extranjeros.
Tercero, una infraestructura aún insuficiente para exportar eficientemente. Carreteras, puertos y aeropuertos muestran falencias estructurales e institucionales (como las huelgas en períodos de embarques de cosechas), que hacen muy caro exportar.
El primer factor adverso coyuntural es la caída del crecimiento del PIB y de la demanda agregada. Esto pega a la IM con particular virulencia debido a las menores demandas por bienes de consumo durable, por bienes de capital y por insumos para la inversión. Pero además la IM es intensiva en capital, por lo cual un colapso de la inversión nacional, como el que vivimos hoy, inhibe especialmente el desarrollo de nuevos proyectos industriales.
La crítica situación económica es mayormente consecuencia del programa de cambios estructurales del Gobierno. La reforma tributaria aprobada hace un año, es inimplementable, lo que llevaría al Gobierno a corregir sus peores fallas. No obstante, de mantenerse una tasa marginal máxima de impuesto a la renta de 44,5% en el sistema semiintegrado, se castigaría el emprendimiento y la inversión en capital de todos los sectores y, en particular, de la IM, en comparación con la inversión en renta fija.
El tercer factor coyuntural adverso para la industria es la reforma laboral. De mantenerse en el proyecto de ley la prohibición del reemplazo interno de trabajadores en huelga y la titularidad sindical, la desindustrialización de Chile se aceleraría, y las industrias que sobrevivirían lo harían adoptando tecnologías más intensivas en capital.
¿Por qué daña la desindustrialización al desarrollo del país y al bienestar de los chilenos? Porque la ausencia de un sector industrial pujante impide el empleo de técnicos y profesionales calificados, la capacidad de agregación de valor a los productos primarios, la ingeniería de calidad mundial, la innovación, y la investigación y el desarrollo (I+D). Mundialmente se observa un círculo virtuoso entre el gasto que realiza un país en I+D y el tamaño de su IM. En Chile no existe este círculo virtuoso: el peso de la IM es pequeño y el gasto en I+D es minúsculo (0,4% del PIB).
Ahora bien, ¿qué se hace para fomentar el desarrollo de la IM? A mediados del siglo XX, muchos países respondían a esta pregunta adoptando políticas industriales orientadas a la industrialización forzosa, basada en la sustitución artificial de importaciones y el empleo masivo de instrumentos estatales que discriminaban a favor de la IM y típicamente en contra de otros sectores productivos. La mala experiencia mundial de estas "políticas verticales" llevó a partir de la década de 1980 a adoptar estrategias de desarrollo más liberales y neutrales. Estas enfatizan el uso de instrumentos de mercado, limitando las intervenciones del Estado a mercados de factores e insumos con claras externalidades (como la educación o el gasto en I+D), beneficiando horizontalmente a todos los sectores productivos.
En el mundo ha cambiado el foco desde políticas industriales tradicionales hacia políticas de desarrollo productivo (PDP). Las PDP tienen dos dimensiones: políticas de ámbito (horizontales o verticales) y políticas según el tipo de intervención estatal (insumos públicos o intervenciones de mercado). Del cruce de las anteriores surgen cuatro formas de PDP. Como se resume en el Diagrama 1, tres de las cuatro PDP son recomendables y necesarios, como se ilustra con ejemplos nuestros. Pero la cuarta categoría consiste en políticas de intervención vertical, que deben ser cuidadosamente evaluadas y solo excepcionalmente implementadas. Por ejemplo, seleccionar determinados subsectores industriales como clusters implica incurrir en el clásico riesgo de elegir "ganadores" (como en las políticas industriales del s. XX), gastando recursos estatales frecuentemente mejor invertidos en promover bienes públicos horizontales.
En resumen, la desindustrialización es un riesgo severo para el desarrollo de Chile. Pero debemos ser muy cuidadosos en la evaluación y recomendación de las políticas requeridas para revertirla.
Hace una semana, Asimet, en conjunto con Sofofa, formó el Consejo para el Desarrollo de la Manufactura Nacional, con el encargo de identificar los problemas de la IM y, luego, proponer soluciones al Gobierno. Los 39 miembros de este consejo, que incluyen a tres ex presidentes de Chile, ministros, empresarios, dirigentes sindicales y académicos, toman muy en serio el reto al que son invitados por Asimet y Sofofa. Este desafío es aportar para que la industria nacional se transforme en un sector eficiente, innovador y globalizado, alcanzando un 15% del PIB hacia el 2030. ¡Manos a la obra!