Uno de los beneficios del retorno a la democracia en Chile -a diferencia de la amenaza de caos, conflictos exacerbados, desgobierno que se prometió- ha sido una paz social prolongada y sólida. La democracia misma, en efecto, podría concebirse como un procedimiento para resolver pacíficamente los desacuerdos que atraviesan la comunidad política. La ley, aprobada por la asamblea, en la medida que es el producto de un compromiso entre los representantes del pueblo y no la imposición de una persona, facción, grupo o parte, produce la paz, que es la base del bien común. Si falta la paz interna o externa, los demás elementos que concurren a la construcción del bien colectivo resultan vanos. En medio de una guerra civil o conflicto bélico con otra nación o grupo de naciones, el bienestar económico y el disfrute de los bienes culturales o posmateriales tambalean o se derrumban. Es porque la paz es el cimiento de una morada política auténtica.
No obstante, como ocurre con otros bienes en la vida personal o en el devenir histórico, que fluyen de modo a la vez fundamental (en el sentido del fundamento de un edificio, por ejemplo) y subterráneo, la paz, de semejante manera, se torna invisible mientras está ahí, sosteniendo, como algo con lo que se cuenta pura y simplemente. Su callado sostén, en cambio, se patentiza cuando empieza a declinar o cede abruptamente.
La paz, según concuerdan éticas de diversa procedencia cultural, se cultiva, antes que nada en el interior de uno mismo y en el gobierno de la familia. Es allí -donde los conflictos abundan- el lugar en que se ejercitan las virtudes que después se trasladan al ámbito público. Las virtudes privadas están, así, en sintonía con las virtudes públicas en una cierta unidad de vida. Es una experiencia milenaria.
Confucio, el gran filósofo chino, señaló como regla general y, en particular, para el gobernante: "Buscar ante todo la rectitud de nuestras palabras, y ajustar luego nuestra conducta a ellas". La doctrina de la "rectitud de los nombres" es central en su teoría del buen gobierno y se refiere tanto al ajuste entre las palabras y el objeto designado por ellas como al que se requiere entre el pensamiento y las palabras que lo expresan. Si esta "rectitud" no se da, la consecuencia final será la desorientación de los ciudadanos, la discordia (no sabrán a qué atenerse y la equivocidad de las palabras dará lugar a discusiones y divisiones al intentar dilucidarlas), convirtiéndose en la ruta segura hacia la pérdida de la paz social.
Estos pensamientos son pertinentes para meditar la actualidad política chilena, donde en vez de aquella "rectitud", prolifera un uso descuidado, pragmático, con un grado no menor de cinismo en el lenguaje. Es un síntoma que genera inquietud, porque la paz, como se dijo, es preciso cuidarla desde la palabra.