El nombre de Agustina Iturriaga y las escasas informaciones que sobre ella aparecen en un documento de 1817, recogidas en el libro Los Pincheira , de Ana María Contador, constituyen el asunto que ha utilizado Virginia Vidal para convertirla en la figura conductora de un interesante relato donde se representan las circunstancias, reales y ficticias, que debieron rodear a la vida de esta mujer y a la de muchas otras que atravesaron sus mismas vicisitudes. Escrita con un lenguaje que conserva notable fidelidad estilística con el habla de la época, la novela de Virginia Vidal ofrece su versión del otro lado de nuestra historia, introduciéndonos en los tumultuosos e irreconciliables antagonismos, rivalidades, intrigas, renunciamientos y contradicciones que jalonaron los primeros años de la Independencia.
La trama de la novela se inicia con una escena que tiene lugar poco después de 1819. Arrieros y peones conversan en una cantina del Callejón de las Cocinerías sobre el estado calamitoso que atraviesa la naciente república: "El año de 1819 encontró a este país más pobre que en 1810. No sabíamos qué hacer con la Patria y, lo más probable, ella estaba demasiado afligida como para preocuparse de nosotros...". En la conversación surge la historia de Agustina, fichada como "malébola" por las autoridades, pero convertida ya en una leyenda popular, sin que sus participantes se percaten de que la mujer, disfrazada de hombre, se encuentra también en la cantina y es testigo silencioso de sus palabras. A partir de este episodio, el argumento retrocederá a los trágicos acontecimientos referidos por los peones de la cantina para proseguir después de manera cronológica y muy cercana, con el relato de las aventuras de esta mujer aludida como "salteadora" y "aposentadora" de bandoleros en los documentos de la época, pero que la voz narrativa considera símbolo de la independencia y libertad femenina: "Solo de una cosa estaba segura. No aceptaría amo alguno, no limosnearía trabajo, no cambiaría sus manos por sobras de comida y un rincón donde echar los huesos; no le serviría nunca más a nadie ni aceptaría ofensas ni humillaciones. Otro iba a ser su camino". El momento crucial de la historia de Agustina es su encuentro con el viejo Macario Alcántara, antiguo pendolista de Manuel Rodríguez y de otras figuras de la Independencia, quien la integra a un grupo de insurgentes que habitan en la cueva de los Pincheira. Se inicia entonces el verdadero proceso de aprendizaje de Agustina. A través principalmente de sus conversaciones con don Macario y también con otros personajes secundarios con quienes tiene la oportunidad de compartir, se enterará del martirologio sufrido por algunos próceres de la Patria, encarnados sobre todo en la figura de Manuel Rodríguez, quienes, según las palabras del viejo pendolista, "queríamos una república verdadera, con igualdad para todos, donde todos nos uniéramos para hacer una patria justa...".
La novela de Virginia Vidal se identifica, pues, con los textos que utilizan los recursos desconstructivos que ofrece la ficción posmoderna para sacar a luz lo que las Instituciones, con mayúscula, como escribiría Michel Foucault, han mantenido en la penumbra. Remigio, un bandolero amigo de Agustina, lo afirma sentenciosamente en términos criollos: "Las autoridades lo van enredando todo para que el pueblo nunca se entere de la verdad y hay asuntos que solo se tratan en las alturas del poder...". Algunos lectores objetarán que la perspectiva ideológica de la narradora es demasiado explícita y que, en consecuencia, ofrece interpretaciones históricas mecánicas o superficiales, o que produce paralelismos evidentes con situaciones actuales. En lo personal, creo que está en su derecho de hacerlo; no obstante, lo que me suena un tanto romanticoide e innecesaria es la relación sentimental que establece entre Agustina y Xabier Monteverde. Pero más allá de esto, Agustina la salteadora a la sombra de Manuel Rodríguez es un relato que indudablemente interesa y hace reaccionar al lector. Y esta fue, sin duda, la intención de su autora.
Algunos lectores objetarán que la perspectiva ideológica de la narradora es demasiado explícita y que, en consecuencia, ofrece interpretaciones históricas mecánicas o superficiales.