"Lucidez del abismo", un conjunto de ensayos recientemente reeditado de Pierre Jacomet, es uno de esos libros que me atrevo a llamar indispensables para estos tiempos. Jacomet vivió sus últimos años en Reñaca cultivando la religión de la amistad, el amor por los libros, y la confianza y la esperanza en el ser humano.
Hubo una época en que yo leía todo lo que caía en mis manos y me solazaba con libros que eran destilados de amargura y escepticismo. Hoy me he vuelto más vulnerable emocionalmente a lo que leo. Quizás porque todas las noches converso con mis cuatro hijos (de cuatro a trece años) sobre la vida y la muerte y me enfrento a sus preguntas y a sus miedos, y me he dado cuenta que la vida es lo suficientemente ardua y dura como para agregar más angustia de la que ya sobra en el mundo.
¿Tenemos el derecho de legarles desesperanza a las nuevas generaciones que tendrán que habitar un mundo tan complejo como este? Al ver la última imagen que nos acaba de mostrar la NASA sobre el planeta Tierra, he sentido lo impresionante del milagro de que haya todavía vida en el universo. ¿No debieran todos los líderes del mundo, los depredadores del planeta, los terroristas que siembran destrucción, mirar esas imágenes con sus hijos, y si no los tienen, con ojos de niño, para despertar a la conciencia de nuestra finitud y nuestro milagro, que es la única que nos puede salvar de la catástrofe? Conciencia del abismo que somos, eso es lo que nos falta para dar el salto espiritual que nuestro mundo está pidiendo a gritos. No solo los líderes mundiales no están a la altura del desafío; lo que es más grave es que nuestros intelectuales tampoco parecen estarlo. Hay una moda de ser cínicos, de ser "cool", de instalarse en la cómoda pose del desencanto y la falta de fe y compromiso con este frágil planeta que todavía da vueltas en la escalofriante inmensidad del cosmos. Para muchos, ser inteligentes ha pasado a ser sinónimo de ser cultivadores de la desesperanza. Muchas veces nos hacemos cómplices de un desaliento que no ayuda a vivir ni a soñar ni a sembrar, un desaliento estéril.
Este libro de Jacomet -en cambio- es un libro que nos ayuda a vivir en tiempos de peligro. No es un libro de autoayuda, porque no contiene fórmulas ni recetas sobre los variados temas que aborda (la felicidad, la muerte, la amistad, el sufrimiento). Y su título es engañoso, porque es un libro optimista. ¿Por qué tendría que ser necesariamente la lucidez desesperanzada? La palabra "abismo" en el título podría hacernos pensar que estamos ante un Ciorán chileno, pero Jacomet está en las antípodas de ese brillante pero deshonesto ensayista rumano. Digo deshonesto porque ¿es creíble que alguien que publique un libro que lleve por título "Sobre el inconveniente de haber nacido" vaya después a un restorán parisino a tomar un buen vino y a disfrutar de la dicha de una tertulia entre amigos como lo hacía Ciorán?
Jacomet no esconde el abismo que somos en el fondo, pero justamente porque lo somos, nos invita a tomar conciencia del milagro de estar vivos y, además, nos impele a practicar la gratitud y la cortesía con los seres que nos rodean. Jacomet hace frente a la amargura y el resentimiento apelando a nuestra libertad de transformar cada instante en dichas o lágrimas: esa es nuestra opción. Este es un libro para leer mientras cae la tarde. Un libro crepuscular, que nos hace contemplar el espectáculo deslumbrante del sol cuando declina, y que no nos esconde la melancolía y la belleza de todo ocaso, incluyendo el de nuestras propias vidas. Jacomet sabe mezclar las porciones justas de lucidez y de misericordia ante nuestra humanidad. Abundan en sus páginas amor y gratitud, tan escasos entre los intelectuales de hoy. Es uno de esos autores de los cuales uno quisiera hacerse amigo y su libro es un antídoto necesario contra el cinismo y la amargura que parecen envenenar las mentes más lúcidas de nuestro tiempo.