Santiago, en el Centena-rio de la República, si bien relativamente pequeña, debe haber sentido el entusiasmo de semejarse a una gran capital mundial. La victoria del Pacífico, una generación antes, había dado al país un ímpetu nacionalista, prestigio internacional y prosperidad: los territorios anexados aseguraban riqueza y dominio en la región. Tenía buenas razones Chile para mirar confiado el futuro; la posición estratégica de Valparaíso en las rutas marítimas la había convertido en una de las ciudades más modernas del mundo, puerta de entrada al país de la cultura, la ciencia, la tecnología, las noticias y modas del momento, todo lo cual llegaba al instante a Santiago por medio del ferrocarril, parte de una extensa red que terminaría de conectar al territorio, desde Iquique hasta Puerto Montt y sus respectivos ramales, en 1913.
Importantes adelantos urbanos se habían llevado a cabo en las décadas precedentes; primero en Valparaíso, inmediatamente después, en Santiago: pavimentación, alumbrado a gas y luego eléctrico, transporte público, redes de agua y alcantarillado, telégrafo, teléfono. Gracias a la red ferroviaria, las comunicaciones se habían perfeccionado, facilitando el desarrollo de nuevos poblados a lo largo del país y permitiendo una administración pública más eficiente. En Santiago, los avances más significativos habían sido liderados por Benjamín Vicuña Mackenna en su paso por la Intendencia, hacia 1875. Ilustrado en sus viajes fuera de Chile, había logrado transformar lo que hasta entonces era un pueblo somnoliento de calles austeras, de muros encalados bajo anchos tejados, un río agreste, arrabales miserables, ningún parque y una serie de cerros y peñones desérticos que enmarcaban la ciudad. Una generación más tarde, gracias a sus iniciativas y las de otros visionarios, la ciudad lucía increíblemente distinta: surgían los primeros esbozos de una planificación moderna que la dotaba de límites artificiales (la circunvalación del ferrocarril con sus siete estaciones), abundante espacio público (el parque Cousiño, la Quinta Normal de Agricultura y el proyecto de canalización del río Mapocho, creando un nuevo frente en el borde norte de la ciudad, con el Parque Forestal y la explanada de los mercados), infraestructura y servicios (el Teatro Municipal, el Mercado Central, además de provisión de agua potable y alcantarillado) e intervenciones que configurarían su identidad, como la espectacular transformación del cerro Santa Lucía, antes una roca árida, ahora un paseo frondoso y romántico.